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’Jeanne Dielman’: la mejor película de la historia es increíblemente mala Friday, 03 March 2023


A finales del año pasado, la revista Sight & Sound eligió Jeanne Dielman (1975), de Chantal Akerman, como mejor película de todos los tiempos. Han pasado varios meses hasta que una plataforma (Filmin) ha corregido la anomalía de que la mejor película de todos los tiempos no pudiera verse online. Si usted le dedica las tres horas y 13 minutos que precisa su visionado, comprenderá enseguida por qué Jeanne Dielman había permanecido inaccesible en España hasta el viernes 24 de febrero de 2023. El motivo era que se trata de una película muy mala.

En el propio Filmin pueden verse cientos de películas muy malas, y algunos filmes menores, y hasta auténticos despropósitos. Ya sabrán lo divertido que puede llegar a ser enfrentarse a una película fallida. A veces la película es mala, pero ves el Madrid de los años ochenta. A veces, siendo pésima, los actores son muy guapos o algo en la trama tiene gracia o todo tiene gracia involuntariamente. En otras ocasiones, sin más, uno ve una película del montón porque uno mismo es del montón.

Ver ‘Jeanne Dielman’ es como ir a trabajar cuando no te gusta tu trabajo, o como acostarse con alguien por el que no sientes el menor deseo

Pero Jeanne Dielman es otra cosa, algo que no puede verse sin plena conciencia de estar perdiendo el tiempo, y cierta alegría de vivir. Es como ir a trabajar cuando no te gusta tu trabajo, o como acostarse con alguien por el que no sientes el menor deseo. Ver esta película es eso: una obligación que linda en la repugnancia.

Me gusta que exista Jeanne Dielman, con todo, y que podamos verla en este contexto cultural y político, y más cuando se va a estrenar en cines el próximo 8 de marzo. Todo aquel que la defienda es un alma echada a perder, a su manera, un corrupto. Es interesante analizar la corrupción cultural y moral que emerge cuando la gente opina sobre esta increíble estupidez de película.

Jeanne Dielman, pelando patatas.
Jeanne Dielman, pelando patatas.

El filme muestra la vida de una mujer con un hijo a su cargo (adolescente o en edad universitaria), al que mantiene ejerciendo la prostitución. Este argumento podría dar en películas muy variadas; por ejemplo, una porno. Ya es mala suerte que la directora no hiciera una película porno, sino la película más falta de sustancia posible.

Pienso que Jeanne Dielman es como una película porno sin las escenas de sexo. Así de mala es.

Pienso que ‘Jeanne Dielman’ es como una película porno sin las escenas de sexo. Así de mala es

En los días delirantes que nos tocan vivir, sin embargo, la película es de fácil defensa. Dado que la dirige una mujer lesbiana con trastornos mentales que la llevaron al suicidio, y dado que trata sobre una mujer sola que se prostituye, la película es buena (al cabo, la mejor nunca rodada) por eso mismo: porque la dirige una mujer, porque va de una mujer, porque todos queremos ser buenas personas y restañar las heridas históricas de colectivos, géneros y minorías. Jeanne Dielman ayuda enormemente a realizar este juicio positivo mediante la estrategia de no proponer, cinematográficamente, nada en absoluto.

La gente que ensalza esta película sería capaz de ensalzar con idénticos cuajo y argumentario cuatro horas aleatorias de grabación de una cámara de vigilancia en un supermercado. Dirían: ¡por fin podemos ver la realidad de la gente, cuatro horas de Mercadona! ¡Por fin visibilizamos las tareas de aprovisionamiento de los hogares y cómo suben de precio los bizcochos! ¡Por fin gente real en la pantalla!

Jeanne Dielman es como una película porno sin las escenas de sexo. Así de mala es.
Jeanne Dielman es como una película porno sin las escenas de sexo. Así de mala es.

La excelencia de Jeanne Dielman, según he leído, obedece a que vemos a una mujer bañarse, limpiar, fregar, hacer la comida, salir a comprar, apagar la luz del pasillo y recibir alguna carta o paquete. Se entiende que antes de Akerman nadie filmó a una mujer (por lo que sea, no vale que se filme a un hombre en estas mismas tareas domésticas irrelevantes) haciendo esas cosas. Cabe preguntarse si acaso el cine, que es un arte carísimo y necesitado de mordiente e impacto, no encontraba (ni encuentra hoy tampoco) el menor interés en rodar cosas por las que la gente no está especialmente dispuesta a pagar una entrada ni a perder varias preciosas horas de su tiempo de ocio. La teoría de nuevo cuño nos dice que el cine mundial se negaba a filmar a gente fregando platos durante tres horas porque quería invisibilizar esa labor, y nosotros creyendo que los alienígenas, las batallas, las escenas de sexo, los diálogos brillantes y los efectos especiales los hacían para solazarnos. No, los hacían para que no sepamos que la gente barre su propia casa.

Si usted ve Jeanne Dielman descubrirá que la gente friega, barre, cocina y se aburre entre las cuatro paredes de su domicilio. No es poco retorno para una inversión de tres horas y cuarto de su tiempo.

Cuando decimos que Jeanne Dielman friega o se baña, no decimos lo mismo que cuando afirmamos que Cho Mo-Wan, protagonista de In the Mood for Love (Wong Kar Wai, 2000), sale a la calle a comprar fideos. Parece lo mismo, sintácticamente: “Jeanne friega”, “Cho compra fideos”, dos cosas que nada nos interesan. Sin embargo, Jeanne realmente friega y no hay nada ahí, mientras que la escena donde Cho Mo-Wan va a comprar fideos es una de las más hermosas de la historia del cine. Casualmente porque es cine.

Jeanne friega y no hay nada ahí, mientras que la escena donde Cho Mo-Wan va a comprar fideos es una de las más hermosas de la historia del cine

El cine es una manera de mirar, y por eso existe una gran diferencia entre ver una película y observar por la ventana lo que pasa en la casa de enfrente. Los fideos de In the Mood for Love están metabolizados de retórica: se ha elegido con mimo a los actores, se les ha dado indicaciones; se ha buscado con idéntico mimo patológico el espacio que van a recorrer para hacer esa vulgar compra (unas empinadas escaleras); se ha sopesado si poner música o no, y, poniéndola, qué música (la emocionante hasta la lágrimas Yumeji, compuesta por Shigueru Umebayashi); y se ha pensado en la ropa que lucirán los actores y en los planos que contarán ese viaje a por unos fideos o unas empanadillas y la luz que caerá sobre ellos, y la lluvia. Me acordaba de esta escena mítica viendo la ridiculez de Jeanne Dielman y solo podía pensar: gracias, Wong Kar-Wai. Gracias por hacer cine.

En Jeanne Dielman no pasa nada; pero es que en In the Mood for Love tampoco pasa nada, amigos. Entre una nada y otra nada hay una distancia sideral. Quizá se llame amor por tu trabajo.

Chantal Akerman, lejos de optar por una estética austera, practicar anticine o, por darle más excusas, penar los rigores de un bajo presupuesto, simplemente elige no elegir. Toda la película está rodada poniendo la cámara en el lugar obvio, donde la pondría un niño al que le dices: quiero que eso de ahí salga en este cacharro de aquí, que graba.

’In the Mood for Love’ sí es cine.
‘In the Mood for Love’ sí es cine.

Después, el plano se mantiene. No hay música. No hay diálogos. No habría que decirlo, pero se pueden hacer grandes cosas con planos fijos sin música ni diálogos. Pero no es el caso.

Lo que hace Akerman es reducir su responsabilidad artística hasta ese nivel exacto donde uno entiende que no hay talento alguno detrás. Las cosas más difíciles del arte narrativo (novela y película) son: las elipsis, el montaje, los diálogos y el estilo. Akerman no tiene que pensar en qué momento corta el plano, ni cómo encajar un plano con otro, ni qué frase dirá la actriz que nos hará saber esto o lo otro, ni qué recurso (travelling, contrapicado, primer plano, grúa…) expresará mejor lo que queremos que vea el espectador. Simplemente, hace de la nada su máscara de calidad: como no arriesgo un solo gesto artístico, no puedes demostrar que carezco de toda gestualidad creativa.

Comparar Jeanne Dielman con Vortex (Gaspar Noé, 2021), una película muy similar en materia prima doméstica y feísmo, es casi obsceno, de tan avasallador. O con La mujer zurda (Peter Handke, 1978). O con cualquier otra cosa.

’La ventana indiscreta’, de Alfred Hitchcock.
‘La ventana indiscreta’, de Alfred Hitchcock.

También me acordé de una escena de La ventana indiscreta (Alfred Hitchcock, 1954), mural cotidiano donde numerosas vidas son pespunteadas por la cámara. La escena que digo es así: una solterona (la Jeanne Dielman vista por Hitchcock, en suma) se arregla morosamente y con todo entusiasmo. Es noche de viernes o de sábado, y esa mujer merece vivir. Aprovecha que sale de casa para sacar la basura. Tira la basura a un cubo de la calle y, de inmediato, regresa a su domicilio. Ese ha sido su viernes noche.

Solo esa escena de un par de minutos supone, para el tema que nos ocupa, más cine, más vida, más arte que las tres horas y pico de Jeanne Dielman. Es la diferencia entre la generosidad de crear y la cicatería de la vacua presunción.

La directora no puso nada en la película, salvo un detergente Ajax y una sopera horrible

Puedes ver La ventana indiscreta 20 veces a lo largo de tu vida, y siempre descubrirás algo nuevo (ojo al personaje de Miss Torso). Es casi imposible ver una sola vez la mejor película de todos los tiempos según Sigh & Sound, pero algo es seguro: nunca volverás a verla. Y, si por masoquismo vuelves a verla, no descubrirás nada nuevo porque la directora no puso nada en la película, salvo un detergente Ajax y una sopera horrible en una mesa. Verás el detergente y la sopera con cada visionado de Jeanne Dielman. No hay secreto, misterio, amor, intención. Es como hacer cine para que el cine deje de merecer la pena.

Con la cantidad de belleza, emoción, acción y provocación que nos ha regalado el cine a lo largo de su historia, elegir este estropicio como mejor película nunca filmada solo puede entenderse como delincuencia cultural.

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