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La partida de ajedrez global: lo que aún no te han contado de Ferrovial Saturday, 04 March 2023

La salida de España de Ferrovial ha sido interpretada desde diferentes puntos de vista, pero el dominante es el de una justificación cargada de recriminaciones. "Hablando como empresario, creo que debemos volver a convertir España en un destino atractivo para invertir y en imán del mejor talento, y para ello necesitamos un marco laboral competitivo y seguridad jurídica en todos los ámbitos", dijo hace pocas fechas Rafael del Pino, y en esas declaraciones se ha querido buscar la explicación de la marcha de España de su firma.

Ferrovial se va a ir de nuestro país por dos motivos, ambos expresamente señalados por la compañía. Se marcha a una suerte de paraíso fiscal, los Países Bajos, que lleva mucho tiempo haciendo la competencia interna a sus (teóricos) socios europeos, y que, desde el Brexit, trata de ocupar, dentro del continente, la función que realizaba la City londinense. Además de las ventajas fiscales, y puesto que se trata de un Estado con la máxima calificación crediticia, la nueva domiciliación facilitará el acceso del grupo a la financiación, que siempre es clave en los negocios, también en este.

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El segundo motivo, sin embargo, ha sido menos analizado y es muy interesante. Su propósito es encontrar más mercados en los que desarrollarse. ¿Dónde ha dicho Del Pino que quiere operar? En EEUU. ¿A qué se dedica Ferrovial? A las infraestructuras. ¿Qué ha dicho Biden que va a hacer su país? Un gran plan de infraestructuras. Fondos presentes en Ferrovial, como el británico TCI y el estadounidense Lazard, insisten en que, para que sus acciones se revaloricen, hay que estar presentes en EEUU, cotizar en la bolsa de Nueva York y tener un perfil más estadounidense.

Pero esto tiene muchas más lecturas de las que parece, que hacen que la decisión de Ferrovial deba ser interpretada desde una perspectiva más profunda que aquella en la que está inmersa la política nacional.

1. El nuevo frente común

No podemos olvidar que, en el nuevo escenario internacional, EEUU está intentando atraer a empresas europeas para reforzarse internamente, y Ferrovial quiere aprovechar esa iniciativa. Se puede utilizar la retórica que se quiera, pero la realidad es que Europa está empezando a darse cuenta de lo que significa la desglobalización. El realineamiento en torno a dos polos, con sus esferas de influencia regionales, y con EEUU tirando de la cuerda de la UE, tiene también estas consecuencias. Y tendrá más todavía.

Como señala Juan Verde, que ha sido nombrado miembro del Consejo Asesor de Biden en comercio internacional, estamos "en un momento histórico de grandes cambios, en parte porque la pandemia ha dejado clarísimo que tenemos que reubicar la cadena de suministro y alejarla de esa absoluta dependencia que tenemos de China y Asia".

La relocalización de empresas europeas y/o de sus inversiones, en Estados Unidos, forma parte de esta nueva realidad

En su opinión, "el libre comercio como lo conocíamos hasta ahora deja de existir y nos dirigimos hacia un bloque EEUU-Europa, en el que tenemos mucho que ganar como un bloque sólido, unido, mostrando un frente común". Y está convencido de que "veremos un acercamiento entre EEUU y Europa en la posición global ante esta nueva realidad".

La relocalización de empresas europeas y/o de sus inversiones, en EEUU forma parte de esta nueva realidad. Ferrovial es un caso, veremos más. Los planes que está desarrollando Washington, y los incentivos que conllevan, son los responsables. El capital que va a invertir en su país para relocalizar cadenas de producción y apartar a Europa de China, promete ser ingente. Pero es natural. Occidente lleva tiempo entregado a los productos asiáticos, ya que estos eran, en teoría, más baratos. Y lo eran porque contaban con varias ventajas, como los subsidios gubernamentales directos o indirectos a sus industrias o la contención del coste de la mano de obra. EEUU, en algunos sectores, simplemente está actuando como sus competidores y colocará sobre la mesa una buena cantidad de dinero estatal para impulsar su producción.

2. La paradoja de Ferrovial

Este movimiento es racional. Los grandes países del mundo están haciendo frente a esta era de desglobalización a partir del reforzamiento de sus capacidades. Y, para conseguir ese objetivo, están movilizando al mundo del capital para que colabore con esos deseos políticos que son necesidades nacionales. China no ha tenido problema nunca con esto, porque sus millonarios han actuado bajo el dictado del partido, Rusia está solucionando esas divergencias, a veces con gente que se asoma demasiado a la ventana, y EEUU está utilizando las inversiones y los subsidios para lograrlo. Todos menos Europa, que continúa con sus dudas y ha anunciado un plan que, en volumen y ambición, está muy lejos de los de sus competidores.

La paradoja en este orden es significativa. Ferrovial se marcha con la intención de operar en EEUU, pero Washington ya ha asegurado que la inversión que realice estará supeditada a requisitos. Las leyes sobre semiconductores, infraestructura y reducción de la inflación canalizarán más de 500 mil millones de dólares a la industria. Sin embargo, no serán gratis: según informa el NYT; las empresas que reciben subsidios de la Ley CHIPS deberán cumplir con estrictas condiciones financieras, también el de compartir ganancias con el Gobierno en el caso de los beneficios caídos del cielo.

El traslado de Ferrovial refuerza a Ámsterdam como heredera de la City tras el Brexit

A partir de aquí, la decisión de Del Pino puede ser convenientemente traducida. Ferrovial desea marcharse a operar en EEUU en condiciones que podrán ser todavía más gravosas que las que el gobierno español pretende imponer. Cuando son los Estados los que fijan las prioridades y utilizan mecanismos como los planes industriales, esperan reciprocidad y exigen a quienes se benefician de ellos que contribuyan a las necesidades de los territorios y a un cierto bienestar común. Si consigue contratos importantes en EEUU, Ferrovial no impugnará las condiciones que le impongan ni dirá que mejor se marcha. Ferrovial no se muda a un país más amable, sino a uno que va a gastar dinero y en el que puede haber negocio.

3. La banal política española

Nada de esto sería posible sin un nuevo alineamiento entre política y economía que, en nuestro país y en la UE, parece fuera del mapa. En España la decisión de Ferrovial ha sido interpretada políticamente en los términos habituales. Díaz Ayuso afirmaba que "Sánchez prefiere una España sin empresas antes que dar marcha atrás en su política fiscal, que nos va a arruinar" y el PP ha responsabilizado al impuesto a las grandes fortunas de esa marcha. Calviño ha salido a afirmar que la postura de Del Pino es un error, no resulta aceptable y que supone una falta de compromiso con el país, y desde la izquierda, Martín Urriza, director del Gabinete Económico de CCOO, la calificaba de "deserción" y la tildaba de gravísima.

Las críticas desde ambos lados del espectro político se han sucedido. La derecha ha insistido en la hostilidad del gobierno española hacia el ámbito empresarial y su recurrente afición a los impuestos. La izquierda ha subrayado que el auge de Ferrovial ha estado vinculado a la acción estatal y que debería devolver todas las ayudas que ha recibido. Para los primeros, España no está suficientemente preparada y la gestión cortoplacista de los políticos empeora nuestra situación, con lo que resulta natural que los mejores se sientan expulsados y tiendan a marcharse. Mucha gente coincidirá con este marco de pensamiento, y verán justificable la salida de Ferrovial. Pero quedarnos con esto es permanecer en aspectos secundarios. El asunto es mucho más amplio.

4. La economía contra la identidad

Las contradicciones en que la derecha y la izquierda incurren en la valoración del asunto Ferrovial se perciben mucho más claramente si se constata una doble estimación: las opiniones varían cuando se trata de empresas o de territorios, de política o economía, incluso si los asuntos son muy semejantes. Hemos tenido en España un par de ejemplos claros.

Si una firma encuentra mejores condiciones fuera de su país, porque en el de origen recibe un trato poco adecuado, porque coloca obstáculos para su crecimiento, porque no apoya lo suficiente o porque obliga a pagar demasiado, es natural que desee irse: tiene que tomar las mejores decisiones para sí misma. No hace demasiado tiempo, hubo un caso en el que se emplearon en España los mismos argumentos a nivel territorial. Lo que se nos decía es que una región estaba recibiendo un trato poco adecuado, que se colocaban trabas a su desarrollo, que recibía menos de lo que aportaba, y por tanto, que era lógico que quisiera marcharse. Esas razones fueron esgrimidas durante el procés, e incluso años antes: Cataluña no estaba recibiendo el trato adecuado en nuestro país, los gobernantes españoles tomaban sistemáticamente decisiones que la perjudicaban, y aportaba más de lo que recibía, y todo para sostener a regiones fallidas, como Extremadura o Andalucía; era una nación innovadora, con visión de futuro y con proyección al exterior, pero España no hacía otra cosa que impedir que cobrase todo su esplendor.

Foto:
Sánchez carga contra Ferrovial: "Patria no es solo hacer patrimonio, sino arrimar hombro"

Los argumentos que esgrimían los independentistas eran muy similares a los de Ferrovial. También las críticas a ambos movimientos resultan muy semejantes: Cataluña era insolidaria porque había crecido gracias al apoyo español, y ahora nos lo pagaba queriéndose marchar; Ferrovial creció gracias al presupuesto español y ahora nos lo ha retribuido abandonando el país.

La paradoja es que las alabanzas a la decisión de Rafael del Pino provienen de entornos de la derecha, que piden un marco más cómodo para que las empresas no se vayan, pero que fueron los más hostiles en el caso catalán; las críticas más profundas a Ferrovial surgen desde la izquierda, desde aquellos entornos que más comprensivos fueron con el procés, y que insistieron en la necesidad de otro modelo territorial para España en el que las zonas más desarrolladas pudieran tener una cabida cómoda. Los mismos argumentos eran alabados o justificados cuando se trataba de una empresa, y se combatían ferozmente cuando los utilizaba un territorio. Desde la izquierda era justo al revés.

Foto: Foto de archivo: un soldador trabaja en una obra de Ferrovial de nuevos edificios de viviendas en Madrid. (Reuters/Susana Vera)
Problemas en el paraíso: cuando Shell y Unilever le hicieron un Ferrovial a Holanda

Es probable que se señale que ambos casos no son lo mismo. Y ciertamente, hay diferencias, pero son del orden puramente legal: una empresa puede marcharse porque el orden jurídico nacional e internacional se lo permite, y un territorio no por los mismos motivos, ya que se requiere un procedimiento legal mucho más exigente. Pero fuera de ese ámbito, los apoyos argumentales de unos y otros son muy semejantes.

Esta divergencia, sin embargo, sirve para comprender cómo se ha desenvuelto la política en los últimos años. La derecha ponía el acento en lo económico y exigía medidas cada vez más favorables a las empresas para que no se marchasen; si no se cuidaba a los grandes empresarios o a los grandes fondos, se irían del país. La izquierda subrayaba lo identitario, y señalaba que eran necesarias mejores condiciones para aquellos territorios, normalmente ricos, que tenían deseos de irse. La política ha actuado desde la continua contemporización; cada cual ha elegido a los suyos.

5. El dinero y el territorio

Este asunto retrata bastante bien la política española, pero también la europea. No se estaba pensando en términos comunes, no se estaba intentando vertebrar los territorios, no se los dotaba de una dirección conjunta, sino que contemporizaba permanentemente con aquellos que tenían más poder. Por ejemplo, en el seno de la Unión Europea, nadie puso coto a Países Bajos, un Estado que contaba con todas las ventajas de los paraísos fiscales y ninguno de sus inconvenientes. La política prefirió eludir el marco de fondo y justificar las desigualdades, ya fueran económicas, territoriales, regionales o identitarias: cada parte del espectro político elegía dónde poner el acento, a cuáles defender y a cuáles criticar.

De todas estas diferencias, la más significativa es la que se abrió en las últimas décadas entre el capital y los territorios, entre la economía y el Estado. La Unión Europea es el mejor ejemplo de lo que ha sido la globalización, ya que contaba con una moneda única y con un banco central común, pero carecía de las estructuras políticas, administrativas y normativas que los territorios y las uniones territoriales (los Estados y la UE) necesitan para equilibrar el juego. La política, y por tanto la democracia, estaba muy por debajo de quienes tomaban las decisiones económicas. Se constituyó así un orden en el que las excepciones dominaban: el capital tenía muchos espacios por los que escaparse de los controles nacionales, ya que no existía ningún poder supranacional, global, que fijase reglas comunes y que, por tanto, pudiera ejercer de regulador. El capital se separó de los territorios y buscó, como ahora Ferrovial, los lugares que eran más provechosos. Eso ha provocado muchas disfunciones, que son las que ahora estamos intentando arreglar. La pérdida de poder adquisitivo de las capas medias y trabajadoras de los países occidentales, la deslocalización de la industria y el declive de las capacidades estratégicas han conducido a esta guerra fría en la que estamos inmersos. La debilidad occidental fue aprovechada por otros actores, como China, y lo hicieron fruto de las armas que les proporcionamos.

6. La nueva época: nómadas y sedentarios

Lo de Ferrovial indica que ese mapa ha cambiado, porque es producto de la voluntad de Biden de recomponerlo. Después de mucho tiempo mirando hacia el exterior, EEUU trata ahora de fortalecerse internamente, y lo está haciendo con las subidas de tipos de la Fed, con el desarrollo exterior de sus fondos y con las medidas para atraer industria, pero también mediante la inversión interior y la recuperación de sus capacidades productivas y estratégicas. Vuelve a ligar capital y territorio para que su país recupere fuerza y mantenga su hegemonía.

Este momento trae consigo un par de cambios sustanciales. EEUU ya intentó ligar en el pasado EEUU y Europa para separarnos del bloque enemigo. Se llamó Plan Marshall y dio lugar a una vinculación sólida entre Washington y las capitales de Europa Occidental. Pero en aquel entonces fue producto de inversiones estadounidenses en Europa para reconstruirla, y contenía el propósito de generar un nivel de bienestar suficiente que contuviera, con la fuerza de la prosperidad, a los comunistas. Hoy está invirtiendo en su país y atrayendo firmas europeas.

En todo esto de Ferrovial, hay muchos más movimientos de fondo, y más consecuencias

En España, y en la UE, todavía no estamos pensando en llevar a cabo un movimiento similar. No hace falta más que ver el discurso de Sánchez en Dinamarca para entender que seguimos arrastrando los pies, y hablando tímidamente de renovables, Ucrania e inmigración, pero sin tener en cuenta que las necesidades de la época obligan a Europa a un reforzamiento masivo de sus capacidades propias. La UE sigue con la mentalidad de la globalización, y eso no deja de ser un problema que acarrea consecuencias sustanciales: o la UE comienza a actuar como sus socios y sus competidores, y da un salto sustancial en cuanto a la recuperación de sus industrias, la inversión en su territorio mediante planes comunes y la actualización de su estructura política y administrativa, o iremos hacia una fragmentación creciente y hacia mayores tensiones internas en el seno de la UE.

La segunda consecuencia la podemos extraer desde Estados secundarios en el contexto internacional, como el español. Es evidente que si no hay vínculos claros entre empresas y territorio, es muy difícil crear prosperidad. Hasta ahora, los gobiernos occidentales han optado por apoyar a las empresas más grandes, aquellas más financiarizadas y más participadas, que son las que menos ligazón tienden a tener con sus países de origen. Sería lógico un giro, y más en estos tiempos atravesados por la geopolítica, en el que el apoyo estatal fuese a parar a firmas vinculadas con los territorios. En el caso español, algunas de ellas, pocas, cotizan en el Ibex, pero la gran mayoría son pequeñas y medianas empresas. En ellas se cifra hoy las posibilidades reales de que España levante cabeza. Sin una apuesta por ellas, nos irá mucho peor, porque las otras siempre podrán marcharse. La pugna entre nómadas y sedentarios regresa al primer plano.

De manera que, en todo esto de Ferrovial, hay muchos más movimientos de fondo, y más consecuencias que extraer, que la simple discusión sobre si la empresa de Del Pino hace bien o mal yéndose. Convendría que tuviéramos en cuenta todo lo que conlleva esa decisión.


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