Anabel Alonso Actriz «No le di ni media vuelta a mi orientación sexual» Saturday, 10 August 2024
Rostro popular de la televisión y el teatro, reconocida cómica y practicante infatigable de decir siempre lo que piensa, aunque reciba un aluvión de insultos, se enfrenta al reto de protagonizar ‘Tiresias’, el próximo estreno del Festival de Mérida
Antonio Arco
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Sábado, 10 de agosto 2024, 13:01
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Cómica que acumula éxitos en teatro y televisión, Anabel Alonso (Barakaldo, 1964), una de las artistas españolas más activas y ‘guerreras’ en redes sociales, estrena el 14 de agosto, en el Festival de Teatro Clásico de Mérida, ‘Tiresias’, en torno al mito «del hombre/mujer y adivino griego». Tras haberse adentrado con anterioridad en la piel y el alma de la alcahueta Celestina, ahora asume el reto, bajo la dirección de Carlota Ferrer, de navegar entre tragedias clásicas para alumbrar las tinieblas del presente que nadie quería ver; ni antes, ni tampoco ahora. Y sale caro, antes y ahora, enfrentarse a los poderosos y sus intereses. Está jubilosa.
–¿Qué tiene presente?
–Cómo ha ido pasando mi vida desde el principio. Me acuerdo de toda la gente con la que me ido cruzando en el camino; tengo buena memoria, eres quien eres por todo lo que te ha pasado y por la gente con la que has ido conviviendo. Yo le estoy agradecida a mucha gente, y eso hace que me guste mucho relacionarme, hablar con todo el mundo, escuchar a quienes piensan distinto a mí, y que me importen los problemas ajenos aunque no sean los míos. Tampoco he perdido ni sensibilidad, ni el deseo de hacer lo que esté en mi mano para que el mundo sea mejor, y todavía más desde que soy madre.
–Su infancia.
–Una niña feliz, pese a unas circunstancias que no ayudaban, a la que conozco bien porque me sigue acompañando. Hija única, por esas circunstancias que le digo, educada en el seno de una familia trabajadora y rodeada de amigos, porque siempre he sido yo muy sociable.
–¿Era líder?
–No sé si líder, pero lo que sí era es ruidosa, ruidosa lo era un montón. Siempre estaba armando barullo, haciendo reír, proponiendo hacer mil cosas. Ya apuntaba maneras, desapercibida seguro que no pasaba [ríe].
–¿Segura de sí misma?
–Cuando estoy convencida de algo, lo defiendo donde haga falta, y soy una mujer que siempre va de frente, pero también reconozco que, en el terreno profesional, sigo necesitando la aprobación del público, que el público reconozca mi trabajo. Por un lado, necesitas estar segura de ti misma para ponerte delante de cientos de espectadores; y, por otro, necesitas gustarle al público porque lo contrario puede desestabilizarte.
–¿Cómo fue la convivencia con una madre que había perdido a dos hijos?
–El sufrimiento que le llegó a mi madre fue muy heavy, muy fuerte: perder a dos hijos, además en un tiempo en el que no había las ayudas y los apoyos con los que contamos hoy; no había psicólogos, ni nada, y además era una generación mucho menos expresiva que nosotros a la hora de mostrar sus sentimientos, de mostrarte cariño. Pero me crié en ese contexto, sin haber conocido otro, y tampoco lo viví como un drama personal. Mi hermana, que era la segunda, murió cuando yo tenía dos años.
–¿Qué aprendió?
–Eso que ahora se llama resiliencia. Cuando ya fui más consciente de la tragedia que había golpeado tan duramente a mi familia, me dije: «Si ellos han aguantado una situación tan inhumana, porque si la muerte de un hijo es algo muy difícil de sobrellevar, imagínese la de dos, yo tengo que tirar para adelante en la vida con lo que sea, tengo que sobrevivir y ser fuerte pase lo que pase». Y, por otro lado, tengo muy claro que seguir vivo no depende de ti, que da igual que te cuides mucho, que hagas esto u lo otro, que te portes bien o mal con la gente, que seas responsable o no...; la muerte no pide nunca permiso y se ríe de las prevenciones que hayas tomado. Así es que la muerte sólo tiene que preocuparte hasta cierto punto.
–¿No la sobreprotegieron?
–En absoluto, precisamente porque creo que ya tenían claro mis padres que no estaba en sus manos que a mí no me pasase nada.
–Esa tendencia suya a ser un poco payasa, a lo ‘señora Roy’ [la actriz y vedette Esperanza Roy], ¿le viene de fábrica?
–¡Grandísima ‘señora Roy’! Yo nunca he tenido ningún sentido del ridículo y siempre me ha gustado el cachondeo, y eso que ya ve que mi familia no estaba para muchas fiestas. No sé si respondía un poco a una huida hacia adelante, pero la tendencia al cachondeo me viene de muy lejos [risas].
–La orientación sexual.
–Mi orientación sexual nunca me supuso ningún trauma. La viví con naturalidad desde el principio, sin hacerme preguntas complejas, viviéndola y ya está. Antes no teníamos toda la información que tienen ahora los chicos y las chicas que toman conciencia de su homosexualidad. Yo vivía un amor platónico como si fuese una amistad, sin sentirme mal por ello. Después, cuando ya tuve que asumir que era lesbiana, con todo lo que eso podría implicar en esta sociedad, ya no vivía con mis padres, ni en Santurce, y tenía muchos amigos gais. La verdad es que no sé qué habría pasado si hubiese seguido viviendo en Santurce y estudiando secretariado o yo qué sé. Pero lo cierto es que no le di ni media vuelta a mi orientación sexual, no dije «Dios mío, ¿por qué?», ni nada eso. Tuve suerte con las circunstancias vitales que me rodearon.
–La homofobia.
–Pienso que esa gente es la misma a la que le molesta que haya distintos colores de piel, distintos orígenes...; preferirían que no hubiese religiones distintas a las suya, ni otras formas de familia diferentes a las que ellos defienden...; son gente que le tiene miedo a los cambios y al diferente, en el más amplio sentido de la palabra. Y pienso que, además, se creen un poco, en general, como en posesión de la verdad. El punto de vista más acertado es el suyo, su concepción de la vida es la más idónea, su realidad es la única que cuenta...; ¿cómo se puede ser tan osado?, ¿cómo se puede estar tan ciego? No será mejor, digo yo, que no haya sólo un tipo de familia, sino muchos más, y que estén formadas por heteros, gais, bisexuales... Además, hace ya mucho que las familias no sólo responden al esquema de un padre y una madre heterosexuales, porque los matrimonios se separan y se vuelven a formar otras parejas que, a su vez, ya tienen hijos. Ya no hay una familia modelo, el amor por encima de todo es lo que debe caracterizar a la familia.
–¿Qué tuvo claro?
–Si yo tengo las mismas obligaciones como ciudadanos que todos los demás, ¿por qué no voy a tener los mismos derechos por ser lesbiana?, ¿por qué a la hora de pagar a Hacienda o de sacarme el carné de conducir nadie me pregunta por mi orientación sexual, pero hay quienes quieren negarme el derecho a casarme, a poder tener hijos o a adoptar? Es algo que no logro entender. Ahora, por los menos, en ese sentido disfrutamos de igualdad de condiciones, aunque siga habiendo gente intolerante, que por otra parte siempre ha habido, desgraciadamente, aunque ahora se crean que tienen patente de corso; incluso, llevan como a gala el ser intolerante, el ser cerriles, lo cual resulta tremendo.
–Su mujer y su hijo.
–Mi hijo [Igor, 4 años] ha sido un regalo tan grande, tan maravilloso. Yo había tirado la toalla hace muchos años...; a partir de los 40, por diversas circunstancias, ya pensaba que no sería madre. Me dije: «Pues, señores, se acabó, esta faceta de la maternidad va a ser que no la voy yo a experimentar». Las adopciones son muy complicadas, yo estaba sola... Después, cuando mi pareja [su mujer, la actriz y dramaturga Heidi Steinhardt] me lo planteó, tuve un poco que reubicarme porque era algo que tenía como descartado. Me lo planteé y me pregunté: «¿Qué voy a tener en mi vida sino, más de lo mismo?». Vi la posibilidad extraordinaria de que entrase una tercera persona en nuestras vidas, y de que las tres iniciásemos una nueva etapa. Y, desde entonces, estoy disfrutando como una energúmena de mi mujer y de nuestro hijo.
–¿Qué aprendizaje se lleva tras haber dado vida a Celestina?
–Hay que vivir el momento, disfrutar del ‘aquí y ahora’, porque nadie ha vuelto de la muerte para contarnos qué tal por allí. Admiro a Celestina, una mujer feminista que no dependía de ningún hombre, que sabía muy bien buscarse la vida, que dependía exclusivamente de sí misma, que no engañaba a nadie, que no traicionaba y que fue víctima del heteropatriarcado.
Redes sociales
–¿No se cansa de su actividad en las redes sociales? Se lo digo por la cantidad de improperios que le dedican.
–Yo lo que hago es decir lo que pienso, y lo hago sin esconderme, poniendo mi cara y mi nombre. Es la caverna la que sale a insultarme, a atacarme. Pero, incluso así, creo que suelo contestar con educación, si bien utilizando la ironía y la retranca. Alguna vez me paso, pero es porque el nivel de barbaridades que se dicen de mí desde la impunidad del anonimato es ya bestial: se inventan bulos, colocan en mi boca cosas que jamás he dicho, y se meten en un terreno que para mí es sagrado: mi madre, mujer, mi hijo...; quienes lo hacen no me merecen ningún respeto. A mí me llaman vieja, fea, vendida, de todo...; vale, está mal que lo hagan, pero yo puedo defenderme, pero mi familia está al margen, que la dejen en paz. Por ahí no, cariño, por ahí no vayas que con la Iglesia hemos topado. Son como hinchas de fútbol, como esos que insultan a las estrellas mundiales de fútbol y se creen la pera por hacerlo. Insultan a Messi o al ‘Sursum corda’ y se piensa que son la leche por ello.
–La ultraderecha.
–Habrá que ver que se está haciendo mal para que esas opciones estén teniendo seguimiento, porque no me parece muy normal. Primero Vox, que, bueno, no deja de ser un partido político que cumple una serie de reglas, pero es que lo de Alvise [Alvise Pérez, eurodiputado y líder de la agrupación de electores Se Acabó La Fiesta], ya sí que es para alucinar. No puedo entender que la gente trabajadora vote a opciones políticas que apuestan por la privatización de servicios tan esenciales como la sanidad y la educación; a mí que me expliquen cómo un obrero puede estar en contra del Estado del bienestar, ¿no se dan cuenta de que el 80% de los españoles, entre los que me incluyo, no podríamos pagarnos un trasplante, o acceder a determinados tratamientos que nos salvan la vida, y ni siquiera a una estancia larga en un hospital? Y se quedan tan tranquilos viendo cómo se desmantela todo aquello que les beneficia. Yo lo que quiero, siendo de izquierdas, es que todos vivamos bien, señores.
–Su nuevo reto se llama ‘Tiresias’, y no es un reto pequeño.
–No, para nada. Sé que es un personaje que conlleva un gran riesgo, pero yo con una directora como Carlota, me tiro a la piscina de cabeza [risas]. Me gustan los retos, me mantienen viva, y si algo sale mal, que espero que no, tampoco es que esté yo operando a nadie a corazón abierto, lo único que me juego es mi amor propio [ríe]. Reconozco que no tengo el don de acertar siempre, ni la fórmula de la Coca-Cola. Tiresias es un personaje que tiene una vida muy larga, con lo cual puede también entender a muchos tipos de generaciones distintas. Es un ser con la mente muy abierta, que ve lo que va llegar y experimenta como los poderosos no le van a hacer caso si lo que les dice no cuadra con sus intenciones. Como ve, un tema muy actual.
–¿Tiene usted algún poder adivinatorio?
–Ninguno, si casi no tengo ni intuición [risas]. Muchas veces me dicen: «¿Pero cómo no te has dado cuenta, pero sí estaba clarísimo?». Y yo: «¡Pues hija, ni lo he olido!».