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Problemas en el paraíso: cuando Shell y Unilever le hicieron un Ferrovial a Holanda Friday, 03 March 2023


Unas se van y, sorprendentemente, otras vienen. Y con un razonamiento contradictorio. Las multinacionales que se han alejado de Ámsterdam lo han hecho porque el ambiente fiscal no es tan seductor como antaño. Las que vienen a hacer negocios con los holandeses dicen elegirlos precisamente por su estupendo sistema tributario y encanto empresarial. Pero los hechos están aún sobre la mesa: Ferrovial va a aterrizar en un país que ha espantado hace poco a Shell y Unilever. Las niñas mimadas de Mark Rutte se han mudado a Londres después del Brexit porque la fiscalidad holandesa ya no les convence y sus accionistas se quejaban de impuestos, inestabilidad legislativa y dureza de las medidas de sostenibilidad empresarial.

La realidad es que el batacazo de Ferrovial a la Moncloa es un triste déjà vu para La Haya. Sobre todo, con Shell, que, como Ferrovial para España, ha sido la joya de la corona para los Países Bajos desde que nació en 1890 como una pequeña empresa de exploración petrolífera. Los accionistas de la petrolera votaron hace poco más de un año trasladar permanentemente la oficina central de La Haya a Londres, pasando a deber sus impuestos a los británicos. Unilever, el fabricante de Frigo, Rexona y Dove, que también tiene sus orígenes en una empresa de margarina holandesa, vio venir la declaración de impuestos de sus accionistas y no esperó a Shell para abandonar Holanda por el Reino Unido.

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¿Cuál fue la razón de una decisión tan dolorosa para Rutte? La fiscalidad por los dividendos, la tasa que tienen que pagar los accionistas por las ganancias que obtienen de sus inversiones. En Holanda, asciende al 15%, en Reino Unido podría descender hasta el 0% dependiendo del caso. Shell no tuvo reparos en hacer públicas sus razones: nos quedamos en 2005 en Holanda porque el gabinete prometió abolir el impuesto a los dividendos, pero, cuando quedó claro que esto no va a ser así, nos vamos. Dijo su cúpula hace un par de años. Unilever dio el primer paso, y Shell la siguió después de no ver ventajas fiscales y encima perder un juicio climático en un tribunal holandés que le exigía cambios en su actividad. Ahora son varias las empresas que se plantean hacer las maletas, viendo cómo Holanda ha cambiado su agenda de política fiscal, en línea con las iniciativas europeas para combatir el abuso y la evasión de impuestos.

Deducir intereses cada vez más limitados

Holanda ha sido siempre uno de los destinos favoritos de las grandes empresas extranjeros por la alta formación educativa de su población, la expansión del inglés, la presencia del puerto más grande de Europa en Róterdam, el prestigio internacional del aeropuerto de Ámsterdam y, en particular, los esquemas impositivos tentadores. El problema es que, en los últimos años, el país ha eliminado una serie de beneficios fiscales que han espantado a las empresas. Por ejemplo, las multinacionales pueden deducir intereses cada vez más limitados en la Hacienda holandesa y deben cumplir con las directivas europeas para combatir la elusión fiscal, lo que hace que paguen más impuestos. Y como, desde el Brexit, las normativas europeas ya no se aplican al Reino Unido, la deducción de intereses son más generosas allí.

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"Holanda debe tener cuidado y espero que los políticos despierten. Porque, donde otros países europeos tienen un impuesto corporativo igual o incluso más bajo, Holanda recurre a las multinacionales para equilibrar el presupuesto del Gobierno. Y si la situación fiscal se hace aún más desfavorable, Holanda saldrá perdiendo en este punto". Monique Pisters, socia de la consultoría fiscal Grant Thornton, fue muy clara con la prensa local cuando Shell y Unilever pusieron rumbo a Londres. La falta de visión y estrategia por parte del Gobierno para frenar la huida de las empresas ha creado un sentimiento negativo en el debate público y empresarial desde entonces. De hecho, cuando el gigante de los chips Intel decidió invertir decenas de miles de millones de euros en Europa, descartó Holanda y prefirió Alemania. Y eso que Holanda gana en infraestructuras, calidad de los servicios esenciales, estilo de vida, nivel del inglés, conexiones internacionales o proximidad de los clientes.

La situación no ha hecho más que empeorar en los dos años desde la mudanza de esas multinacionales. Ahora hay una escasez de empleados preocupante (hay mucha más oferta que demanda de empleo), y el acopio de crisis sin resolver se le amontonan a Rutte sobre la mesa. Tiene que reactivar el sector de construcción paralizado por el problema de las emisiones de nitrógeno. Hay una crisis de vivienda tal que ni holandeses, ni trabajadores extranjeros tienen donde vivir, ni siquiera a precios desorbitados. Se proponen leyes que caen como bombas en la comunidad empresarial, y el debate sobre cada una de ellas genera más dudas y ganas de huir. De hecho, el año pasado, la patronal holandesa dio voz a un manifiesto firmado por 120 organizaciones empresariales, alcaldes y grupos científicos, que denunciaban cómo la posición empresarial competitiva de Holanda se está erosionando. Entre las razones que daban están los aumentos de impuestos.

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Las empresas tienen ahora una sola exigencia para el Gobierno holandés: una política más predicable y estable, que permita hacer inversiones a largo plazo. Eso también se aplica al clima fiscal. La promesa con la que muchas compañías invirtieron en Holanda fue que la alta tasa del impuesto a las ganancias corporativas se reduciría del 25, al 20,5% a partir de 2020. Sin embargo, la reducción se eliminó y el impuesto a las ganancias corporativas incrementó al 25,8%. "Si Holanda quiere seguir siendo atractiva, se necesitan acciones en seis frentes: un buen entorno de vida, una población activa bien formada, conocimiento e innovación internacional, excelentes conexiones dentro de los Países Bajos y en el extranjero, una política industrial estratégica y una Gobierno fiable y predecible", decía el manifiesto.

La presidenta de la patronal, Ingrid Thijssen, asevera que "el clima de negocios se está deteriorando en muchos aspectos, mientras que otros países en realidad se han hecho más atractivos para que las empresas inviertan en ellos. Nos preocupa el rendimiento escolar de los niños holandeses, pero también la reducida estabilidad de nuestra política de gobierno. Los emprendedores se atreven a invertir cuando saben qué esperarse. Durante décadas, Holanda fue un ejemplo de esto en el mundo, pero ya no lo somos". La creciente carga regulatoria e impositiva es lo que le espera a Ferrovial en tierra de tulipanes. Si buscaba pagar menos impuestos, difícilmente podría ver su sueño cumplido en un país cada vez más estricto en luchar contra la leyenda que un día inventó: un paraíso de evasión fiscal.

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