Los turcos invaden Menorca: un relato de la antesala del infierno Saturday, 04 March 2023
“De mi cuerpo descompuesto crecerán flores, y yo estaré en ellas; eso será la eternidad”.
Edvard Münch.
La felonía de Francisco I rey de Francia tras su mal perder en la batalla de Pavía (1525), y posteriores “vacaciones” en la Torre de los Lujanes en Madrid, no fue fruto de un arrebato o pataleo infantil. La traición a la Europa cristiana y al emperador Carlos I (o V según sea el día par o impar) fue meticulosamente calculada. Los mercaderes venecianos ya venían avisando que desde Estambul salían barcos de factura francesa con emisarios de Solimán y salvoconductos sellados para fomentar el respeto entre la abundante piratería que pululaba por esos pagos. En hermético secreto, una nave de corte europeo salía sigilosa hacia Marsella en algún momento de la primavera de 1540.
Lo que nadie sabía, es que el bribón de Francisco I y Solimán el Magnífico se había hecho amigos de toda la vida y bajo mesa hacían cosillas.
Es sabido que el dinero es el nervio de cualquier guerra, pero el monarca francés, inasequible al desaliento por más correctivos que le aplicara el hispano – flamenco- teutón, tal como firmaba un tratado de paz, acto seguido lo rompía. El muy maula era personaje encendido. Aunque tenía sus virtudes, entre ellas hay que decir que fue un extraordinario humanista y buen protector del arte y sus autores, con el tiempo la realidad es que dejó a Francia arruinada, no, lo siguiente; y es que estaba metido todo el tiempo en líos bélicos y no escarmentaba.
Uno de sus atropellos a la razón, es que en su búsqueda de alianzas cedió algunos puertos del mediterráneo a los del turbante. Esto le costó algunos disgustos con el resto de la cristiandad, pues obviamente las relaciones con el diablo no estaban bien vistas. Francisco I, como es de rigor, se murió antes de lo que era de prever, probablemente por un síndrome de agotamiento horizontal, ya que era un disoluto asalta catres y se había beneficiado de más de un centenar de amantes y tanta actividad le deja a uno de aquella manera. ¿Diagnóstico post mortem?, infarto. Dos y dos son cuatro. También, pero años después, murió Carlos V. Pero ya se sabe que con el tiempo, las costumbres se hacen leyes. Los turcos se habituaron a corretear alegremente por el Mediterráneo y, en una de esas, les dio por asaltar Menorca.
Cuando escuchen en esta isla hablar del "any de sa desgràcia" hay que entender que los menorquines se refieren al trágico año de 1558, en el que un soleado día de verano, una flota turca con 15.000 alfanjes y una buena dotación artillera, comandada por Mustafá Piali, dio muerte a la casi totalidad de la guarnición y, tras ello, se entregaron durante días al saqueo con todas sus consecuencias.
La mitad de la población, unos 5.000 isleños (otros historiadores hablan de cifras inferiores) perecerían en aquella masacre, más o menos la mitad de los habitantes de aquel maravilloso balcón del Mediterráneo. El encono y sadismo fue de tal magnitud que la degollina generó un manantial de sangre que tiño la dársena del puerto de manera bastante escandalosa, según la compilación de las crónicas de aquellos que salvaron sus vidas.
"La inmensa mayoría de los esclavos hechos por los hijos del turbante, desaparecieron sin capacidad de retorno dada su pobreza"
Agueda Ametller, a la sazón abadesa del convento de Santa Clarea, fue colgada de una viga en una de las iglesias cuando estaba orando la pobre mujer. Los archivos, templos, todas y cada una de las construcciones de la ciudad perdida fueron pasto de las llamas. Pero si hay algo bochornoso en este trágico episodio, es la cadena de errores cometidos por la esfera militar hispánica del momento, máxime, cuando Barbarroja ya había visitado Mahón hacía más de veinte años.
Se sabe por cronistas de aquellos momentos, que el gobernador de la isla, Bartomeu Arguimbau, preso del sultán, documentó el Acta de Constantinopla, fechada un 7 de octubre de 1558 y redactada por el notario Pere Quintana ante varios testigos en un calabozo de Estambul (duro entrar en formalidades en esa situación), que del relato de lo acontecido dan fe. La belleza literaria de este extraordinario documento, un texto singular de la historia de España que honra a los menorquines por su devoción al mismo a través de la solemne lectura cíclica que de él hacen cada año; tiene una significación poética pocas veces leída (o escuchada) en un escrito de carácter administrativo.
La inmensa mayoría de los esclavos hechos por los hijos del turbante desaparecieron sin capacidad de retorno dada su pobreza. En 1564, Marc Martí Totxo, un clérigo también confinado que tuvo un buen trato, inusual en los patrones de conducta de la época y en particular en estas situaciones donde lo primero es liquidar a tu oponente ideológico, fue el artífice que negoció cerca de doscientos rescates todos ellos en ducados contantes y sonantes. Su gestión dice mucho de este hombre que pudiendo ser libre (pagaron su rescate con anterioridad) renunció al mismo para poder ayudar a sus conciudadanos.
Un solemne monumento llamado Sa Piramide situado en un mirador en la plaza de Es Born, datado en 1852, recupera para la memoria de los menorquines aquel infierno del verano de 1558. Cuatro inscripciones sobre mármol en sendos lados registran la frase latina «Pro aris et focis hic sustinuimus usque ad mortem» (Por los hogares y por la patria, aquí resistimos hasta la muerte en el año de 1558). El lugar invita a guardar un silencio severo; tan severo como se merece la condena del hipócrita rey francés Francisco I.
P.D. Mi agradecimiento al Dr. Emilio Sola por ilustrarnos a los que amamos nuestra historia, y por permitir el acceso gratuito a los archivos del Banco de recursos históricos Archivo de la Frontera.