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Los chiíes y suníes no tienen nada que ver: la geopolítica detrás del pacto Irán-Arabia Saudí Sunday, 19 March 2023


La política es la continuación de la guerra con otros medios. Esta frase no la dijo exactamente el famoso Carl von Clausewitz, pero es tan cierta como la fórmula a la inversa. Conviene tenerlo en cuenta ante la buena noticia de que Arabia Saudí e Irán por fin han enterrado el hacha de guerra y han retomado relaciones diplomáticas, gracias a la mediación de China.

Digo buena noticia, porque el que delegados de dos naciones que llevan años amenazándose, posen con las manos entrelazados ante las cámaras es un alivio en un mundo que últimamente parece decidido a resolver todo a golpe de misil. Hasta salen senadores estadounidenses proponiendo invadir México, porque sí, porque las invasiones están de moda. Que ese embrión de tercera guerra mundial que Vladímir Putin está engendrando en Ucrania al menos no haga metástasis en el Golfo tranquiliza un poco. Pero también inquieta, porque la rivalidad entre Arabia Saudí e Irán, entre Arabia y Persia en términos históricos, era uno de los fundamentos de la geopolítica mundial desde las épocas bizantinas. Si estos dos jugadores se unen de repente, ¿a qué están apostando?

Foto: El ayatolá Jomeini, en una foto de archivo (Reuters)
Irán y Arabia Saudí acuerdan restablecer relaciones diplomáticas tras la mediación de China

Lo de unirse es relativo. De momento se han dado la mano un secretario del Consejo de Seguridad iraní, Ali Shamkhani, y un asesor de seguridad saudí, Musaad bin Mohammed al Aiban. Todavía no hemos llegado al nivel de ministros. Y la reapertura de las embajadas se promete para dentro de dos meses. Cuando las legaciones abran sus puertas tampoco será un paso histórico, simplemente se vuelve al estado de las cosas anterior a 2016. Aquel año, Teherán y Riad rompieron relaciones después de que una muchedumbre iraní enfurecida incendiara la embajada saudí —la afición iraní a asaltar embajadas es antigua— en protesta por la ejecución del clérigo chií saudí Nimr Baqir al Nimr. La muerte del predicador, un teólogo radical que animaba a derrocar la monarquía y sugería la secesión de las provincias de mayoría chií del reino, era la última gota en un vaso de hostilidad. Probablemente echada a consciencia: ante las condenas internacionales de la sentencia de muerte, Riad podría haber aplazado sine die la ejecución. Si no lo hizo es porque quiso guerra. Quiso llegar a donde llegó, a una confrontación rotunda de dos bandos.

Foto: Milicianos chiíes iraquíes sostienen sus armas en Al Hadidiya, al sur de la ciudad de Tikrit, en su camino hacia el frente contra el Estado Islámico. (Reuters) Opinión
Suníes contra chiíes: el gran juego, la gran mentira

No, no es el bando suní contra el chií. Esta división del mundo islámico en dos bloques es un invento del siglo XXI. En concreto, un invento de Estados Unidos que después de ocupar Irak en 2003 necesitaba dividir la sociedad para impedir que se democratizara. Con tal fin impuso un seudoparlamento asignando escaños a suníes y chiíes, no fuera a ser que a alguien se le ocurriese fundar partidos con idearios políticos. Hasta entonces, muchos iraquíes, si no eran asiduos de la mezquita, ni siquiera sabían en cuál bando encajonarse, y si lo sabían, poco les importaba. La guerra de 1980-1988 contra Irán la hizo la infantería iraquí en gran parte chií, y el único sector iraquí que se alió con Teherán era el de los kurdos, que son suníes. Pero eso pasó a la historia y el invento funcionó muy bien para destruir las estructuras de pensamiento democrático en toda la región y reemplazar a los líderes políticos con teólogos y predicadores. Nimr era un buen ejemplo.

20 años después, tanto Riad como Teherán se han aficionado a manejar a las masas apelando a denominaciones religiosas, aunque las palabras suní y chií no designan más que una lealtad a determinados líderes. La diferencia teológica entre estas dos ramas del islam es exactamente cero. Lo era siempre: hasta la leyenda que atribuye la creación del chiismo a la pelea por la sucesión de Mahoma la atribuye, precisamente, a una pelea por el poder. De diferencias religiosas, ni rastro.

El juego de los intereses

El apretón de manos de Shamkhani y Aiban en Pekín no dice nada, pues, sobre grandes reconciliaciones históricas entre comunidades, sino sobre un cambio de estrategia de dos estados que rivalizan por la influencia en la región. Seguirán siendo rivales, no pueden dejar de serlo, pero en lugar de pelearse, les irá mejor si para un rato olvidan sus diferencias, consideran. Una especie de pacto de no agresión para ocuparse de otros frentes. ¿De cuáles?

Arabia Saudí siempre ha sido un aliado, en términos geopolíticos incluso un apéndice, de Estados Unidos. Pese a sus inmensas reservas de petróleo, no podría ser la potencia que es si no siguiese en vigor el pacto firmado en 1945 con Washington y que otorga al reino del desierto el respaldo incondicional y absoluto de EEUU a cambio de petróleo asegurado. Hasta el punto de que Riad puede descuartizar a un disidente en un consulado y no pasa nada. Barack Obama tenía muchas y obvias ganas de dejar atrás esta relación y apostó por la reconciliación con Irán mediante el tratado nuclear todo lo que pudo. Que no era mucho, porque hubo que ir pisando huevos para no incurrir en la ira de Israel, necesitado de mantener la enemistad para poder amenazar cada verano con lanzar la guerra definitiva contra Irán. Una guerra enteramente ficticia desde hace quince años, pero muy rentable para el estamento político israelí. Sin enemigo, la situación sería desesperada.

Foto: Los drones iraníes preparados para despegar. (Iran state media)
La nueva amenaza nuclear y el ejército de bajo coste de Irán

Donald Trump rehízo el rumbo y le dio plenos poderes a Israel y Arabia. Tan plenos que Riad subió la apuesta al medio año y puso bajo asedio diplomático y bloqueo económico a su rival Qatar, acusándolo de mantener relaciones demasiado estrechas con Irán. Qatar sobrevivió gracias a una especie de puente aéreo desde Turquía y, en enero de 2021, unos días antes de la investidura de Joe Biden, Riad plegó velas y volvió a abrir frontera y legaciones. Era fácil vaticinar que Biden volvería al acuerdo nuclear con Irán y forzaría una convivencia entre Riad y Teherán. Un estratega habría acelerado el proceso todo lo posible para sacar Irán definitivamente de la órbita de Rusia y China y convertirlo en lo que había sido antes de la Revolución Islámica de Jomeini: el aliado fundamental de Europa y Norteamérica en Asia. Un aliado con el que incluso teniendo graves diferencias políticas se pueden tener muchas más cosas en común que con una corrupta monarquía del desierto vendida a una secta ultrarradical.

Pero no hay estrategas en Washington, y Biden lo dejó correr. Hasta que Putin asaltó Ucrania y las pinzas con las que estaba cogido el castillo de naipes del Golfo saltaron por los aires. No sabemos qué le prometió Moscú a Teherán para mantenerse las espaldas cubiertas, pero es obvio que por ahora, Rusia no puede prescindir de Irán, casi su único aliado ya, y hará lo posible para que esta alianza no se rompa.

Y ahí va Arabia Saudí y se reconcilia con Irán. ¿Esto no es una puñalada trapera en toda regla a Estados Unidos? ¿No es una bengala lanzada por Riad para marcar posición en el tablero, una posición ya no de aliado firme sino de potencia neutral que decidirá en cada momento a quién quiere apoyar? En la última década, la importación estadounidense de crudo saudí ha bajado de forma continua, hasta un tercio de lo habitual en 2005. ¿Lee Riad señales de que Washington intenta ir prescindiendo de estos recursos hasta poder liberarse definitivamente del pacto —como piden algunos exasesores de Obama abiertamente— e intenta adelantarse? O creen en Arabia que Norteamérica va a salir muy malparada de la confrontación con Putin y es mejor abandonar el barco cuanto antes? Ha decidido China que un frente unido Moscú-Pekín le ganará de calle al eje Washington-París-Berlín y ha decidido, como primer paso, robarle al enemigo su mejor guardaespaldas? Todo eso es posible. Pero también es posible lo contrario.

La posición ‘entre medias’ de China

También es posible que China considere la aventura de Putin en Ucrania como algo peor que un crimen, un error. Queda ya evidente que Rusia no podrá someter y anexionar Ucrania entera, como mucho podrá negociar un acuerdo de aspecto honroso que le permita quedarse con lo que ya tuvo antes de la guerra, con suerte añadiendo la costa del mar de Azov. Pero como no se dé prisa en negociarlo, la guerra de Ucrania será para Rusia lo que fue Afganistán para la Unión Soviética: un desgaste continuo que acaba causando el derrumbe de todo el sistema. Es, con certeza, a lo que juega Estados Unidos. Cuanto más se alarga la guerra, más se debilita Rusia, incluso si al final gana la contienda. Fue por este método por el que Arabia Saudí destruyó a Egipto, alargando durante ocho años y finalmente perdiendo la guerra civil de Yemen, en la que ambos apoyaban bandos enfrentados. Ganó el bando egipcio en 1970, pero Egipto nunca se recuperó.

China nunca ha dejado muy clara su posición. Su manifiesto de febrero pasado, a veces elevado a rango de "propuesta de paz", tiene aspecto de haber sido escrito por uno de esos programas modernos de inteligencia artificial tras introducir las palabras clave "Ucrania" y "paz". Condena las "sanciones unilaterales" pero pide "respetar la integridad territorial de todos los países". La cuestión es si detrás de esta postura ambigua se esconde un apoyo decidido a Putin, aunque sotto voce para no perjudicar las relaciones comerciales con Europa y Norteamérica, o la decisión de abandonar a Moscú a su suerte, pero sin decirlo para no crearse problemas innecesarios.

Foto: El Ejército chino, cada vez más potente y avanzado. En la imagen, blindados ZBL-08. (Mil-ru)
El ‘nudo ucraniano’ de China: no quiere armar a Rusia, pero tampoco vérselas con EEUU

Si Xi Jinping cree que a medio plazo, el perdedor será Putin, tiene todo el sentido inducir la reconciliación entre Riad y Teherán: para salvar Irán del embrollo antes de que Rusia lo arrastre consigo. Si Putin acaba hundiendo Rusia, y Estados Unidos vuelve a ser la única superpotencia, para China será vital tener una posición fuerte en Oriente Próximo, aliado con un Irán también fuerte y respetado por sus vecinos, incluso por sus rivales.

Un estratega de la Casa Blanca consultado por Riad antes del viaje a Pekín, le habría dado luz verde para soltar a Irán del abrazo ruso y acercarlo al bando árabe y norteamericano es una excelente noticia para debilitar a Putin. Pero es dudoso que aún haya estrategas en Washington, es una especie que difícilmente puede coexistir en el mismo biotopo con políticos que abogan por invadir México. Por lo tanto es más verosímil que Riad simplemente haya ido por libre. O no tan libre. En los últimos años, Arabia Saudí exporta cuatro veces más crudo a China que a Estados Unidos. No le dices que no a tu mejor cliente. Y si encima ese cliente es una potencia nuclear con voto en el Consejo de Seguridad de la ONU y te promete protegerte contra tus enemigos, a poco que hagas el paripé de posar ante las cámaras con tu rival, no hay mucho que pensar.

En todo caso, con Washington concentrado en el lodazal de Ucrania y sin prestar atención al Golfo, China ha visto la oportunidad de aterrizar con paracaídas en el patio trasero de Washington. El terreno ya lo había oteado Xi Jinping en diciembre pasado, al ser recibido con enorme pompa y escuadrón de cazas de honor en Riad para la primera cumbre chinoárabe. La expansión de China por toda África y Oriente Próximo no es nueva, lleva al menos dos décadas a todo vapor pero limitada a aspectos comerciales, inversión en infraestructuras, negocios. Te cruzabas con una autovía financiada por Pekín en Etiopía o con un macrocentro comercial decorado con dragones en el Kurdistán iraquí. Lo novedoso es hacerse visible. Xi Jinping ha empezado a mover peones sobre el tablero para ocupar casillas. Y saldrá ganando siempre, con independencia de quien acabe venciendo en Ucrania.

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Si los cálculos estadounidenses resultan correctos, la versión 2.0 de la Guerra Fría, con Moscú y Washington mirándose a través de mirillas de armas nucleares, acabará arruinando Rusia en un par de años. Pero el mundo no volverá a tener una única superpotencia, como en las últimas tres décadas. Serán nuevamente dos: Estados Unidos y China. El apretón de manos de Shamkhani y Aiban en Pekín es la primera fluctuación de los focos que alumbran esa nueva era. Porque solo una superpotencia puede obligar a dos rivales geopolíticos tan históricos a formar un frente común.

Si hubiera estrategas en Washington, ahora estarían mordiéndose las uñas, arrepentidos de no haberse dado prisa para hacerlo ellos primero. Para los demás es una buena noticia, aunque no sea para tirar cohetes, en el sentido figurado. Porque la guerra sigue. Pero está bien que se haga con otros medios en lugar de tirar cohetes, en el sentido literal.

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