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Este profesor te explica como funciona el gigante armamentístico de Estados Unidos Thursday, 23 March 2023

El "Complejo Militar-Industrial" es uno de esos términos nebulosos que tienden a aparecer en las conversaciones sobre la política exterior de Estados Unidos. Cada vez que la Casa Blanca inicia, o respalda, una guerra, se escuchan voces, particularmente en la izquierda, que dicen conocer el verdadero motivo del conflicto: hacer negocio. Serían así las empresas armamentísticas las que manipularían al Gobierno para que invadiera algún país y eso les permitiera seguir vendiendo tanques, aviones de combate, misiles y helicópteros. Con la paz estarían en bancarrota, así que los hombres de negro del Complejo se pasarían la vida maquinando excusas para lanzar nuevas campañas de destrucción en alguna jungla o desierto lejanos.

La actual guerra en Ucrania, donde Estados Unidos juega un papel clave como principal benefactor militar de los ucranianos, es una excusa adecuada para mirar más de cerca al famoso Complejo Militar-Industrial. Para ello hemos hablado con el historiador militar Alex Roland, profesor emérito de la Universidad de Duke y autor de The Delta of Power, The Military-Industrial Complex (John Hopkins University Press, 2019).

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Algunos puntos los ha confirmado; sí, claro que hay intereses concretos que quieren que el Gobierno estadounidense eleve el gasto militar y adopte políticas de defensa más asertivas. Pero, en muchos otros aspectos, la envergadura del Complejo solo existe en nuestra imaginación. Su influencia política es limitada; inferior, de hecho, al de muchas otras industrias. Una pálida reminiscencia de aquella maquinaria que denunció el presidente Dwight Eisenhower en su discurso de despedida, en enero de 1961. Una alocución que, pese a haberse quedado esencialmente obsoleta, sigue siendo invocada por las narrativas izquierdistas en 2023. Es hora de revisar cuál es el peso real de dicho Complejo y cómo ha evolucionado en las últimas décadas. La entrevista ha sido ligeramente editada y abreviada por motivos de claridad.

PREGUNTA. Ni siquiera para los especialistas en el tema está claro qué es, exactamente, el Complejo Militar-Industrial. ¿Cómo lo definiría?

RESPUESTA. Aunque todos los países tienen algo parecido, unas fuerzas armadas que se relacionan con la capacidad industrial para sostenerlas, el Complejo Militar-Industrial es un fenómeno peculiar de América. Por aquello que apuntó el presidente Eisenhower, que había una especie de conspiración entre la industria de defensa y los servicios militares, y también el Congreso, para forzar al gobierno a que gastase más en defensa, argumentando que necesitábamos un Ejército grande y robusto, y que había que comprar más armas. Eisenhower notaba que, durante su administración y en un contexto de escalada de la Guerra Fría, le estaban forzando a adoptar políticas que no quería adoptar. Y no por el interés nacional, sino por intereses políticos y económicos. Por eso hizo esa advertencia al final de su presidencia. Cuando uso el término Complejo Militar-Industrial, hablo específicamente de la versión americana durante la Guerra Fría y más allá.

P. En la práctica, ¿cómo influye el Complejo Militar-Industrial en las decisiones de seguridad nacional que toman el Gobierno y el Congreso? ¿Es mediante las donaciones de la industria a las campañas de los congresistas? ¿La puerta giratoria entre el Gobierno federal y los think tanks ligados al Complejo?

R. El problema tiene varias dimensiones, y tú has mencionado dos de las más importantes. Una de ellas es que los servicios militares, igual que otras ramas del Gobierno, creen que su papel es muy importante y que no están lo suficientemente financiados. Así que tratan de convencer constantemente al Congreso y a la administración para aumentar el gasto militar. Y a ellos se une la facción del Congreso más interesada en las políticas de defensa. Esos intereses pueden ser ideológicos o políticos: hay quienes piensan que el poder militar americano en el mundo tiene que ser incontestable, y hay quienes simplemente tienen tejido militar-industrial en sus estados y circunscripciones electorales, y defienden el gasto en defensa para crear empleo y traer recursos a sus territorios. Y luego, además del propio tejido industrial de defensa, tenemos también a las instituciones técnicas y científicas que dependen del Departamento de Defensa, y, cada vez más, de las agencias de inteligencia. De hecho, algunos académicos han propuesto usar el término Complejo Académico-Militar Industrial, porque muchas universidades y organizaciones de investigación promueven el mismo aumento del gasto en defensa.

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En mi opinión, el Complejo Militar-Industrial está vivo y coleando, y, aunque tiene menos influencia que la que tenía en la Guerra Fría, funciona de una manera similiar. De hecho, otros sectores han copiado su modelo. Y rivalizan por las partidas de gasto público. Por ejemplo, hay un tejido farmacéutico-industrial que tiene un éxito enorme influyendo en el Congreso para que apruebe el tipo de políticas que permiten la monstruosamente equivocada manera en que funciona nuestro sistema nacional de salud, que respalda los ingresos y las ventajas inmerecidas de la industria farmacéutica. Lo cual resulta en que EEUU, siendo no solo el país más rico del mundo, sino también el que más gasta en salud por habitante, no tenga el mejor sistema de salud. Esto también sucede con las compañías de gas y petróleo. Han aprendido del sector militar cómo influir de manera eficaz a favor de su industria. Y esta efectividad ha reducido, a su vez, la efectividad del propio Complejo Militar-Industrial.

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Acotación: como explicaba en Forbes el especialista en defensa y seguridad nacional Loren Thompson, el peso proporcional del Complejo Militar-Industrial ha disminuido enormemente desde la Guerra Fría. A principios de los años 50 el gasto militar alcanzó el 14% del PIB; cuando Eisenhower dio su famoso discurso, había bajado al 9%. Hoy ronda el 3%. Si miramos al gasto en armamento, este también ha bajado, proporcionalmente, hasta representar una tercera parte de ese 3%. En resumidas cuentas: EEUU gasta en material militar un 1% de su PIB. El sector sanitario, en cambio y en línea con lo que apunta Alex Roland, representa un 17% de la economía. "Pero nadie se refiere al Complejo Sanitario-Industrial", escribe Thompson.

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P. ¿Cuál diría que fue el punto álgido del Complejo en influencia política?

R. Diría que su momento de auge se dio en los años setenta, probablemente. Su rol se complicaba por el gasto extra que supuso la Guerra de Vietnam, que no era el principal foco del Complejo Militar-Industrial. Su principal foco eran la Guerra Fría y la Unión Soviética, y ese gasto fue aumentando con la Guerra de Vietnam. Una de las grandes ironías, mirando a cómo estaban las cosas hace 50 años, al final de la Guerra de Vietnam, es que las Fuerzas Armadas era una de las comunidades más denigradas en Estados Unidos. Esa percepción estaba relacionada con el Complejo. Las Fuerzas Armadas y el Complejo se solían meter en el mismo saco, como una fuerza que empujaba a EEUU en la mala dirección. Hoy, la situación ha dado un giro completo: las Fuerzas Armadas son muy respetadas; se consideran una fuerza honesta y fiable en un momento de turbulencias políticas de nuestra historia.

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P. El final de la Guerra Fría supuso una reducción de la industria de defensa. El enemigo soviético, evidentemente, ya no existía, y Rusia se adentró en un periodo de desorden. ¿Cómo sucedió este reajuste en el sector de la defensa de EEUU?

R. En el año 1993, cuando la Administración Clinton acababa de llegar al poder, hubo una célebre reunión con los responsables de las principales contratistas convocada por el secretario de Defensa. Se les dijo que había una nueva realidad política y que el gasto en defensa iba a reducirse. Y que el Departamento de Defensa y el Gobierno federal ya no iban a poder respaldar a las contratistas como habían hecho hasta el momento. Así que les propusieron dos posibilidades. Una, diversificar. Usar la misma tecnología, pero para otros usos. Por ejemplo, para fabricar no solo aviones de combate, sino también comerciales. Y dos, consolidarse. Es decir, reducir el número de contratistas de defensa mediante procesos de fusión. El Gobierno federal incluso aportó dinero para ayudarles con el coste de las fusiones.

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Así que hubo una gran consolidación en la industria de defensa, que prefiguró la tendencia a consolidarse en todo tipo de industrias. En esta reunión de 1993 el Gobierno dijo a los ejecutivos de la industria que mirarían hacia otro lado en cuestiones anti-monopolio. En otras palabras, que se iba a ignorar la tradicional política americana, que data de la época de los industrialistas de finales del siglo XIX, de evitar la creación de monopolios al estilo del de Rockefeller. Por eso ahora tenemos un importante problema con la consolidación de las industrias. Solo hay un puñado de aerolíneas, por ejemplo. Mucho de esto empezó con el sector militar. Ahora tenemos básicamente solo una fabricante de aviones [Boeing]. Y, cuando el Gobierno negocia con esa empresa, la empresa tiene mucho más poder e influencia sobre la naturaleza del contrato porque al Gobierno no le queda otra que negociar con ella.

La parte positiva es que nos ahorramos parte del despilfarro asociado con el viejo sistema. Antes, a veces el Gobierno elegía a la empresa menos cualificada como una manera de subvencionarla y de mantenerla a flote. Quería darse el lujo de tener una redundancia de empresas en sectores clave como el de la aviación o el de los misiles. Eso ya no funciona así.

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Acotación: entre 1989 y 1992, el Pentágono disolvió cerca de un centenar de programas de producción de armas. En la década de los 90 el sector pasó de tener 107 grandes compañías de defensa a solo cinco. Según los datos del Gobierno federal del año fiscal 2020, cinco empresas de defensa (por orden de tamaño: Lockheed Martin, Raytheon, General Dynamics, Boeing y Northrup Grumman) acumulan casi el 40% de los contratos del Gobierno. El 60% restante está dividido entre 95 empresas mucho más pequeñas. Un paisaje oligopólico similar al de las aerolíneas, las farmacéticas, las tecnológicas o las empresas de telecomunicaciones.

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P. Una década después se abre una nueva fase, con los atentados del 11 de septiembre de 2001 y las subsiguientes invasiones de Iraq y Afganistán. Otra campaña militar enorme de Estados Unidos. ¿Cómo se reflejan estas guerras en el gasto en defensa y en la influencia política del Complejo? A diferencia de durante la Guerra Fría, estos han sido conflictos asimétricos, de contrainsurgencia. ¿Requerían el mismo gasto?

R. Cuando George W. Bush fue investido presidente, ya había prometido aumentar el gasto en defensa. Luego, tras los atentados del 11-S, este subió precipitadamente. Pero, dado que las guerras de Iraq y Afganistán no eran guerras estratéticas, como lo había sido la Guerra Fría, no se puso énfasis en aumentar el presupuesto para el desarrollo de armas, que era lo que había alimentado al Complejo Militar-Industrial durante la Guerra Fría. Sino que se enfatizó el gasto de personal y operaciones. Una de las consecuencias de la Guerra de Vietnam fue la adopción de unas Fuerzas Armadas profesionales. Ya no había que reclutar a los jóvenes en la edad reglamentaria. Y eso significaba que había que mejorar el salario y las condiciones. Así que gran parte del aumento del gasto en defensa se dio en el coste de personal. Eso nos diferencia de adversarios como Rusia o China, que gastan mucho menos en personal que EEUU. Además, las guerras de Iraq y Afganistán supusieron un mayor gasto en contratistas de servicios, no en equipamientos. Contratamos más empresas privadas para hacer más labores de respaldo en esas guerras, en cuestiones como la logística, la alimentación o los servicios médicos. Muchas empresas de logística se enriquecieron fabulosamente durante estas guerras, haciendo cosas que antes solían hacer las propias Fuerzas Armadas. La industria de los servicios se ha convertido en una parte más grande del Complejo. Y eso es lo que elevó el gasto militar.

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P. Ahí quería llegar. Esta reducción proporcional del gasto en equipos y en armas sería una de las razones por las que EEUU, en su esfuerzo por armar a Ucrania, está teniendo escasez de determinados tipos de armamento, como misiles guiados de precisión o sistemas de artillería. ¿Cierto?

R. Sí, tras el final de la Guerra Fría, además de reducir la competitividad entre las contratistas de defensa para fabricar aviones, barcos y armas pesadas, también hubo una reducción de las empresas capaces de producir munición y misiles y de ocuparse de su mantenimiento en los arsenales, y de aquellas especializadas en fabricar vehículos militares tradicionales. Solíamos tener múltiples contratistas para estas cosas. Así que, cuando afrontamos una situación como la de Ucrania, en la que tenemos un aumento súbito de la demanda de armas y equipos, no hay tantos productores disponibles debido a la consolidación de después de la Guerra Fría. Así que nos lleva más tiempo hacer que las pequeñas compañías produzcan de forma rápida. A veces incluso pedimos a las viejas empresas que vuelvan de su jubilación o que abandonen su foco en productos comerciales: que reajusten sus máquinas para que puedan fabricar, a escala, productos militares. En otras palabras, no anticipamos una demanda en armas y equipos convencionales como la que se da con Ucrania.

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Acotación: como escribía en esta sección Kike Andrés Pretel, las grandes contratistas de defensa de EEUU no están sacando, por ahora, claros réditos de la guerra en Ucrania. La industria presenta resultados mixtos tanto en sus balanzas contables como en su desempeño bursátil. Por un lado, la situación en Europa ha provocado un aumento de demanda. Por otro, la falta de mano de obra, el aumento de los costes laborales debido a la inflación, los problemas en las cadenas de suministro y el hecho de que algunas de estas empresas habían puesto más recursos en sus divisiones comerciales, han empañado su capacidad de hacer caja con el conflicto.

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P. El otro frente obvio en política exterior es China, que, desde hace unos años, es considerado oficialmente como el principal adversario estratégico de Estados Unidos. ¿Podemos esperar un nuevo crecimiento del Complejo Militar-Industrial al estilo del de la Guerra Fría, dado el hecho de que una nueva súperpotencia está ascendiendo en el Pacífico?

R. Es una buena pregunta. Ahora mismo leo mucho que hay que volver a la noción de Ronald Reagan de tener una marina de 600 barcos, dado que los chinos están fabricando barcos más rápido y no podemos cumplir con nuestras responsabilidades en el mundo. Esta es una posibilidad. Pero creo que Estados Unidos está dividido al respecto. Les molesta China, pero no creo que quieran transformar su confrontación con China en una nueva Guerra Fría. El gasto militar está aumentando claramente, pero no hay un cambio de dirección importante. La mejor forma de comparar Estados Unidos con el resto del mundo es mirando la proporción del PIB dedicada al gasto militar. A finales de los años 50, tras la Guerra de Corea, EEUU gastaba cerca de un 11% del PIB en defensa. Un número abrumador. Nadie ha gastado tanto, ni durante la Guerra Fría, ni después. Cuando Joe Biden llegó al Despacho Oval, gastábamos cerca del 3%. Y ha habido quejas de que muchos de nuestros aliados dentro de la OTAN no están gastando el 2% del PIB en defensa que habían acordado.

Es difícil mirar a la historia y encontrar ejemplos comparables, pero hay pocas grandes potencias que hayan mantenido su estatus gastando menos de un 5% del PIB en defensa. En cuanto bajamos del 5%, empezamos a ignorar la historia. No podemos hacer todo lo que nos proponemos en el mundo gastando un 3% del PIB, sea cual sea el tamaño total de ese PIB. Así que EEUU se enfrenta al hecho de que probablemente tenga que gastar más. Pero estamos en un momento en el que muchos norteamericanos de izquierdas, y yo me considero uno de ellos, dicen que 800.000 millones de dólares es demasiado dinero gastado en el sector militar. Así que seguiremos teniendo esta discusión y no está claro que vaya a emerger ningún consenso acerca de si volveremos a gastar un 5%, y contener a China en el Pacífico, o a dejar que China continúe expandiendo su sector militar y se convierta en un igual.

P. Es interesante recordar que Estados Unidos, en el fondo, siempre ha sido un país aislacionista. A la luz de la historia, y si exceptuamos su actitud en el continente americano, el intervencionismo al que nos hemos acostumbrado desde hace 70 años es una excepción.

Correcto. Muchos americanos piensan que las dos guerras mundiales probaron que no podemos confiar en que el resto del mundo nos deje vivir tranquilos, y que, si queremos vivir en un mundo seguro, tenemos que andar por ahí ejerciendo de policía. A muchos americanos que abogan por esto no les gusta ese término. Pero, básicamente, es así: hacer de policía del mundo y asegurarnos de que nadie nos plantee una amenaza político-militar a la que no podamos hacer frente.


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