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Eilenberger, un filósofo contra la empatía: "La idea de que facilita el diálogo está equivocada" Thursday, 30 March 2023


Toda idea filosófica tiene que ser como una bofetada, si no, no es filosofía. Ese es el pilar fundamental en el pensamiento del alemán Wolfram Eilenberger (Freiburg, 1972), uno de los filósofos contemporáneos más en forma y que más ha llegado a los lectores con libros como Tiempo de magos, sobre la filosofía de Heidegger, Benjamin, Cassirer y Wittgenstein, o El fuego de la libertad sobre Beauvoir, Rand, Weil y Arendt. Por eso no le da miedo que sus ideas hagan arquear las cejas. Al contrario: las verdaderas preguntas deben removernos, apelar a nuestra naturaleza más profunda, incluso atemorizarnos. Solo desde ahí, dice, estará el poder transformador y la posibilidad de crecimiento personal que trae consigo esta disciplina.

Y no hay que ser ningún erudito lector de un millón de libros para cuestionarse. Un niño de cinco años puede hacerlo. Como sus hijas, que dieron lugar a su último libro, ¿Sufren las piedras? (Taurus), un diálogo entre un padre y su hija por el que peregrinan aquellas preguntas que un día nos hicimos y que luego dejamos de hacernos porque o bien las olvidamos, o porque no le damos más vueltas a la respuesta o porque creemos que no va más allá hablar de eso. Son preguntas que apelan a nuestra muerte, a la de nuestros seres queridos — ¿Dónde está ahora el abuelo? — al significado de la amistad — ¿Volvemos a ser amigos? — o el sentido del perdón — ¿Por qué debo disculparme?. Desde luego, no son fáciles y hay que ser valiente. O tener cinco años y ser, por tu propia naturaleza infantil, un verdadero radical.

¿Sufren las piedras?, el último libro de Eilenberger
¿Sufren las piedras?, el último libro de Eilenberger

“El niño es una especie de recuerdo de nuestra condición metafísica. La voz del niño en este libro es básicamente alguien que hace preguntas muy naturales, muy de alguien que tiene cinco años, preguntas muy normales. Pero si te fijas en la estructura de esas preguntas te das cuenta de que son preguntas metafísicas. Y desde luego esa es una forma de hacer filosofía, necesitas hacerte preguntas para las que no hay respuestas”, comenta Eilenberger en entrevista con El Confidencial vía zoom.

Detrás de todo está un llamamiento al poder del diálogo. Como ya hicieron Sócrates, David Hume o Hans Georg Gadamer. De ahí que el libro sea esa conversación entre un padre y una hija. Una interacción que se convierte en un debate filosófico a la manera de las antiguas ágoras. “Es un diálogo entre una niña y su padre, un ser humano joven y uno viejo, pero sobre todo, trata sobre crecer, pero de crecer para personas adultas. Porque yo pienso que la filosofía es una educación para adultos. Por tanto, es más un libro sobre padres con el niño cómo ese recuerdo de las preguntas esenciales. Y la otra cosa que tiene este libro es que trata de dar un sentido a lo que significa tener un diálogo filosófico”, redunda.

Más diálogo y menos memorización

Eilenberger insiste en que, precisamente, es el diálogo, la interacción e intercambio de ideas lo que debería estar en la base de toda formación filosófica en escuelas y universidades y dejar de lado los manuales y la lista de los pensadores famosos de Platón a Adorno. “La enseñanza de la filosofía en el colegio es una tradición de sabiduría, hechos de los grandes pensadores… Mi pequeño libro lo que pretende es mostrar la filosofía como un modo de interactuar los unos con los otros. Tomar las preguntas de los otros de una forma seria partiendo de la base de que tú no tienes las respuestas. Si preguntas sobre los colegios y las universidades y cómo pueden enseñar bien la filosofía, creo que el modo es fomentar la interacción, el diálogo entre unos y otros, y eso se puede lograr en cada universidad y colegio”.

Desafortunadamente, ni Internet ni las redes sociales, según él, han llegado para fomentar el diálogo y la interacción. Aquello es lo que se vendió hace ya treinta años, pero para este filósofo había toda una idea equivocada subyacente. Y es que “pensamos que hablar con los otros es la solución a nuestros problemas, pero no es así. Lo importante es cómo hablas con los otros, la forma en la que interactúas. Lo que hacemos en Internet no tiene nada que ver con el diálogo, sino que es un monólogo. En realidad, es una forma de masturbación. Lo que tenemos que hacer es repensar cómo hablamos con los otros. No todo lo que hablamos con los otros es “hablar” con los otros”, manifiesta. Así, a las redes sociales las ve como ese cajón lleno de vanidad, narcisismo y opiniones que rara vez buscan una contrapartida sino más bien la imposición del modo que tiene cada uno de ver las cosas.

"Lo que hacemos en Internet no tiene nada que ver con el diálogo, sino que es un monólogo. En realidad, es una forma de masturbación"

Más aún: tampoco los chatbots serán nuestros compañeros y amigos. “Aparentan una forma de diálogo: tú les haces una pregunta y recibes una respuesta, pero si yo le preguntara a este chatbot las preguntas que mi hija me hizo a mí, el chatbot tendría muchas dificultades para responder. Lo que yo creo es que el arte de pensar es algo que todavía solo los humanos podemos hacer, mientras que intercambiar hechos u opiniones no es algo solo específico de los humanos”, asegura. En resumen: a ver cómo le cuenta el chatbot a un niño que su madre se ha muerto.

Le pregunto en esta entrevista entonces por la empatía como quizá una característica verdaderamente humana. La capacidad de ponerte en el lugar del otro (no siempre fácil para todo el mundo). Y ahí viene una respuesta que no está claro que la diera un chatbot: “Demasiada empatía puede ser una cosa mala. Solemos pensar que si me pongo en el lugar del otro voy a poder tener un buen diálogo, pero eso es una equivocación porque si me pongo en el lugar del otro lo que no va a haber es un diálogo, ya que se asume que los dos somos idénticos”.

El filósofo griego Sócrates, el gran defensor del diálogo filosófico (EFE)
El filósofo griego Sócrates, el gran defensor del diálogo filosófico (EFE)

Y recuerda la entrevista que una vez tuvo con Gadamer. “Le pregunté: ¿qué es la filosofía? Y él me dijo: “Es el arte de estar equivocado”. Creo que es una respuesta muy hermosa. La empatía en un buen diálogo consiste en tener presente que tú puedes estar equivocado y yo puedo estar equivocado también. Es no solo empatía con el otro, sino empatía con mi propia estupidez. La idea de que entiendo al otro realmente, cuido de él y me pongo en su lugar es una catástrofe para un diálogo verdadero. Por tanto, creo que la empatía es buena, pero la distancia, la diferencia y el conocimiento de las diferencias ontológicas es muy importante”. Es decir, somos diferentes, tenemos ideas y perspectivas diferentes, y eso está bien. No todos vemos las cosas de igual manera, pero podemos hablar de ello.

La interacción pospandemia

Otra cosa nada buena para la condición dialogante del ser humano ha sido la pandemia. Dice que no tiene datos empíricos, pero sí observación. Y para él, hemos perdido contacto los unos con los otros por el aislamiento. “La interacción, la capacidad de hacer preguntas es algo que se tiene que practicar, como aprender piano o idiomas, y si no se hace se puede perder por razones que tienen que ver con la ideología, la religión…”, afirma. Polarización, ¿recuerdan?. ¿Hay más individualismo y egoísmo?, le pregunto. No da una respuesta genérica, pero sí que vuelve a la condición infantil: “Un niño de cinco años es desvergonzadamente narcisista. Son el centro del universo, el centro de atención. Mis reglas son las reglas. Y mi voluntad es la única voluntad que vale. Cuando yo digo que la filosofía es el arte de crecer y convertirse en un adulto es precisamente una forma de enfrentarse a este narcisismo. Ha habido un presidente de los EEUU así. Donald Trump nunca entendió las reglas del juego porque quiso que fueran sus reglas”. No cae en la trampa, no obstante, de estratificar por ideologías. “Se asume que el narcisismo forma parte de ideologías de derechas, pero por mi observación en Internet, especialmente en Twitter, también existe en la izquierda. Es bastante transversal”.

"Se asume que el narcisismo forma parte de ideologías de derechas, pero por mi observación en Twitter, también existe en la izquierda"

Otro hecho por el que le pregunto es que parece haber un mayor interés por la filosofía en estos años. Esa vuelta a leer a los estoicos, que no es más que la búsqueda de la autoayuda para la felicidad. O leer a Yuval Noah Harari y su ‘Sapiens’. Eilenberger no está muy de acuerdo en que la filosofía te vaya a proporcionar la pócima mágica para ser feliz. Su propio libro lo concibe como el anti manual. “Siempre que se dice que si las 10 ideas de la filosofía, o 20 ideas de sabiduría... Eso es el enemigo de la filosofía. Pero yo creo que si tienes este tipo de diálogos, conversaciones con una persona [como en el libro] eso provoca una profunda satisfacción. Creo que una buena vida tiene más que ver con los lazos y la confianza”, sostiene.

La filosofía, como decíamos al principio, va más bien de bofetones. La iluminación es ese golpe que te saca de la ceguera y en eso Simone Weil era un hacha. De todos los filósofos que aparecen en sus libros ella es la que tiene, para él, un impacto más potente en nuestra cultura. “Fue una visionaria del siglo XXI”, señala. Sus ideas, su forma de vivir -fue una absoluta radical- da un poco de miedo, le digo. “Exacto, desde luego que da miedo. Pero eso es por la profundidad de las preguntas que se hace. Sin concesiones. El miedo que sientes al leer a Simone Weil es el mismo que un niño de cinco años cuando comprende que su naturaleza es finita. Es el miedo al sentirse sobrepasado, abrumado por nuestra profunda naturaleza de estar en el mundo. Weil hace esas preguntas que dan la posibilidad de crear esa distancia entre la vida que vivimos y la que deberíamos o podríamos vivir. Un buen filósofo tiene esa naturaleza”, apostilla. Eilenberger también. Te hace pensar y no quedarte con lo fácil. Hoy en día no son personajes que abunden.

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