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La histórica derrota de Napoleón ante un ejército de conejos Friday, 31 March 2023


A mediados de 1807, Napoleón se sentía el rey del mundo. El emperador había derrotado al ejército ruso en la batalla de Friedland, obligándole a firmar los Tratados de Tilsit. Era la última oportunidad de las huestes eslavas después de lo ocurrido dos años antes en la batalla de Austerlitz, disputada hombro con hombro con los austríacos. También controlaba España y aspiraba a invadir Portugal. Su próximo objetivo: Reino Unido, el país cuyo territorio nunca nadie había podido conquistar, tal vez por su peculiaridad geográfica al estar separado del continente y ser otra gran potencia colonial, que en esos momentos pretendía arrebatar a España el puerto de Buenos Aires. Tanto a este como a oeste, el líder militar era temido y vilipendiado por todos.

Había que celebrarlo. Era un momento feliz. Sabía que su nombre pasaría a los anales de la historia. Pero no tan rápido, pues al final el mayor error de todo gran conquistador y estratega es confiarse demasiado. Y, en este caso, no fueron hombres con bayoneta ni el fuego de los cañones lo que paró los pies a este gran emperador. Más bien la fuerza de la naturaleza; esta fue la destinada a aleccionarle sobre la fragilidad de sus ambiciosas pretensiones, como una especie de advertencia de lo que luego sucedería en Waterloo. Puedes conquistar el mundo entero a sangre y fuego, pero en cierto momento todo se viene abajo por lo más insignificante, por aquello que desprecias por su debilidad. Un conjunto de 3.000 conejos, uno de los mamíferos más pequeños y asustadizos, significó el comienzo del fin para Napoleón.

"Los pobres conejos... se arrojaron sobre ellos con ansiedad, como si no hubieran comido en todo el día", relata Thiébault

Así lo relata el general militar Paul Thiébault en su libro de memorias, quien presenció tal esperpéntico suceso con sus propios ojos: "Los intrépidos conejos doblaron el flanco del Emperador, atacándolo frenéticamente por la retaguardia, negándose a abandonar sus tierras, amontonándose entre sus piernas hasta hacerle tambalear, y obligando al conquistador de conquistadores a retirarse exhausto, dejándoles en posesión de su territorio".

"Todos empezamos a reírnos"

Todo surgió debido a que Napoleón pidió a su jefe de gabinete, Alexandre Berthier, organizar una cacería de conejos en un almuerzo al aire libre para congratularse de sus victoriosas campañas militares. El tiro le salió por la culata. Berthier ordenó a sus hombres enjaular a 3.000 conejos de las fincas aledañas. Al ser conejos domésticos y no salvajes, debieron intuir que Napoleón y sus huestes querían alimentarlos, por lo que corrieron hacia ellos sin mesura.

"La horda de conejos se dividió en dos y rodeó los flancos del grupo, dirigiéndose hacia el carruaje del emperador"

"Los pobres conejos... se arrojaron sobre ellos con ansiedad, como si no hubieran comido en todo el día", relata Thiébault. "Todos empezamos a reírnos". Pero el momento cómico de esa demostración de fuerza por parte de los animalillos devino en preocupación. Los conejos estaban histéricos, furiosos. Se lanzaron todos en tropel contra Napoleón y sus hombres. Las bayonetas y escopetas de caza dejaron de servir. Eran tantos que era imposible matarlos uno a uno. Tuvieron que echar mano de las fustas y la espada.

Foto: Napoleón Bonaparte en Egipto (Fuente: iStock)
El misterio de las palabras que dijo Napoleón cuando durmió en la pirámide de Keops

Consiguieron contener a unos cuantos. Pero la mayoría seguía abalanzándose sobre los guerreros del conquistador, tanto es así que corrieron despavoridos a refugiarse en los carruajes. "Con una mejor comprensión de la estrategia napoleónica que la mayoría de sus generales, la horda de conejos se dividió en dos y rodeó los flancos del grupo, dirigiéndose hacia el carruaje del emperador", relata el historiador David Chandler en su libro Las Campañas de Napoleón.

Al final, huyeron de la escena, dando la batalla por perdida. Se dice que hasta tuvieron que sacar a varios ejemplares de conejos del interior de los carruajes en su huida. Así termina este curioso episodio de la historia napoleónica, un suceso que bien podríamos ver como antecedente de lo que sucedería en Waterloo, pero sobre todo como lección universal de que hay cosas más poderosas que los ejércitos y las armas de fuego, y esta es la fuerza imparable de la naturaleza, que incluso en las guerras de imperios humanos, tuvo un protagonismo clave y mucho que decir.

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