El pasado mes, Warner lanzó un teaser trailer, el primer avance promocional, de la que será el indeseado remake de Harry Potter para televisión. La serie constará de siete temporadas, una por libro, y contará con un reparto nuevo. Lejos de milongas sobre cómo un trabajo artístico puede arruinar la infancia de toda una generación veinte años después, la noticia ha causado un gran revuelo entre los seguidores de la saga infantil y los medios especializados.

No creo que haga falta resaltar lo innecesario del proyecto a nivel creativo como por parte del público, pero Harry Potter sigue siendo una franquicia importante para Warner y la producción de material audiovisual es el fuel para allí donde está el beneficio, en el merchandising y los parques de atracciones. Los lectores y espectadores originales de Harry Potter están ahora, en su mayoría, en la treintena y tienen el tiempo y el dinero para gastarlos en estos negocios tan provechosos.

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Sin embargo, las películas de Animales Fantásticos, que exploraban otros ámbitos del mundo mágico, no han funcionado como Warner esperaba. Este relativo fracaso proviene en parte de lo errático de las producciones, con polémicas sobres sus implicados (desde la transfobia de J.K. Rowling a los abusos de Johnny Depp), pero también por la calidad de las historias y el confuso tono entre infantil y joven adulto oscurete que no termina de encajar con los millennials —en edad de tener hijos— ni con las nuevas generaciones, que ven el fenómeno Harry Potter con los ojos con los que se mira a un adulto: como a un viejo.

El público objetivo —aquel que, obviando los movimientos de boicot contra la autora del libro, ha comprado masivamente Hogwarts Legacy, el último videojuego ambientado en este mundo— sí ha demandado, sin embargo, durante mucho tiempo que se amplíe la historia original a través de precuelas de personajes más conocidos como, por ejemplo, la tan rumoreada película de los merodeadores. Pero eso implicaría por contrato la escritura conjunta de J. K. Rowling y este es un riesgo que Warner no está dispuesto a asumir de nuevo.

La solución a este dilema la han encontrado en la inversión conservadora. Porque, aunque esta nueva versión se haga tediosa, redundante e innecesaria, lo es que un reinicio de la saga, con menor presupuesto que una serie de películas y con un proyecto lento, pero seguro por lo conocido, es garantía de dinero para la compañía, especialmente cuando el fanbase (monto total de seguidores) es tan amplio. De esta manera se explota y airea la marca de la forma más perezosa, rentable y prudente posible.

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Por supuesto, el equipo de Warner no ha sido el único que ha llegado a esta conclusión. Al poco de darse la noticia, Hollywood Reporter informó de que Lionsgate está trabajando en otro remake seriado de un fenómeno juvenil, en este caso Crepúsculo. Una apuesta aún más segura dada la calidad de las películas originales; un casting decente y un presupuesto mínimo en pelucas y maquillaje deben garantizar, al menos, unos resultados mínimos que no deberían desagradar a los seguidores, a poco que tengan fresco el recuerdo de las primeras adaptaciones.

A todo esto se le suman otras explotaciones del género joven adulto de las pasadas décadas como la serie de Percy Jackson para Disney+ o la nueva película de Los Juegos del Hambre, que se espera para finales de 2023. Parece que, en estos tiempos de inseguridad económica, las grandes corporaciones —aquellas que más pueden aportar y que más pérdidas pueden asumir— consideran un peligro contar historias nuevas y se lanzan sin pudor a la extracción de la gallina de los huevos de oro, a riesgo de matarla de extenuación.

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Esto contrasta con el trabajo de productoras menores que están tomando decisiones atrevidas con grandes resultados. Es el caso de ABGO, la compañía que produjo Todo a la vez en todas partes, ganadora en las principales categorías de los últimos premios Oscar. Otro ejemplo de riesgo es la recientemente estrenada Beau tiene miedo, que con 35 millones de dólares de presupuesto es la película más cara hasta la fecha de la productora A24, que ya ha cosechado éxitos de nicho en películas más humildes en el género del terror.

Por el momento, y a expensas del recorrido comercial y de premios que pueda tener Beau tiene miedo, Ari Aster, su director, ya ha conseguido los halagos de Martin Scorsese, que ha comparado la recepción airada de la película con la que recibió en su momento la imprescindible Barry Lyndon de Stanley Kubrick. Este es un tipo de triunfo que las grandes corporaciones pueden permitirse, con menor peligro, pero al que no parecen aspirar, con mayor cobardía.