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Hinchado, que no desgarrado Thursday, 04 April 2024


El peor Parker, el de los globos que se pinchan con facilidad, el de los conjuntos pretenciosos y vacíos


Guillermo Balbona

Guillermo Balbona

Santander

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Jueves, 4 de abril 2024, 14:45

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Pink Floyd: El muro. The Wall. 1982. 99 min. Reino Unido.

Dirección: Alan Parker.

Guion: Roger Waters.

Música: Pink Floyd.

Fotografía: Animación, Peter Biziou L.

Reparto: Animación, Bob Geldof, Jenny Wright, Christine Hargreaves.

Género: Drama.

Salas: Ciclo Filmoteca de Cantabria. Bonifaz.

De la animación al drama, del musical al fantástico. La etiqueta de ópera rock filmada y animada respondió en su momento, años ochenta, a una visualización de impacto tan insuflada de psicodelia y atmósfera onírica de salón como plena de una narración impostada. El chute de imágenes supuestamente fruto de un cóctel de imaginación, distopía, ensoñación, viaje psicodélico y atracón de referentes, acaba por revelar su forzado revestimiento falsamente barroco y su nada por aquí, nada por allá. En realidad es una obra muy planificada en origen, impecable en su montaje comercial al urdir un nudo de tramas, que no son tales, en torno al mundo sonoro de Pink Floyd. En este sentido, la operación comercial fue tan lícita como eficaz. Pero el cineasta de la excelente ‘The Commitments’ ejerció aquí de superficial maestro de ceremonias al servicio del mencionado engranaje. El resultado si nos atenemos a lo meramente visual es el ejercicio de un videoclip alargado, acumulativo hasta exprimir estética y narrativamente la apariencia de golpe de cine, de largometraje con personalidad.

Alan Parker se deja mecer por la música y entona una parábola visual tan vacua como aparente. Además, esta pseudobiografía musical de Roger Waters, líder del grupo y, a su vez, guionista, está más cerca de una especie de ilustración políédrica, fragmentada, que impone una traducción de imágenes en torno al universo sonoro del álbum ‘The Wall’. Entre sus pretensiones nada deslumbrantes y una sucesión de simbolismos y metáforas con hechuras de drama musical, el filme no puede evitar esa sensación de globo hinchado en el que un cineasta con mucho oficio también ha descendido a cintas tan engoladas como desmayadas. Del expresionismo a cierta llamada decadente, solemne, en busca de un himno permanente, la cinta de Parker (si es que cabe hablar de autoría) carece de sustancia dramática y deambula por la superficie sin que, en ningún momento, sea capaz de mostrar una ficción sólida.

Su estética oscura y su uso de la violencia han revelado poseer una fecha de caducidad. Queda el documento como filme de culto para los seguidores de la banda, pero se ha vuelto gaseoso como representación de una generación. Las escenas subrayadas por el caricaturista político Gerald Scarfe son un isla seductora dentro de un loable pero a veces fallido engranaje interdisciplinar. Los lenguajes de cine y musical buscan sin mucho éxito conjugarse con la argamasa de la animación.

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