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La gente no quiere ser funcionaria, la gente quiere "venderse" por un montón de pasta Monday, 10 July 2023

El sábado pasado se celebró la Velada 3, el macroevento de boxeo, canción ligera y variedades organizado por Ibai, que cumplió su objetivo con creces: que fuese imposible dirigir la mirada a ningún lugar sin que el logo de Spotify, Mahou, El Pozo, KingUpp o Revolut te entrase por los ojos. Toda macroexperiencia es hoy también un macroanuncio y el youtuber es el prototipo del éxito moderno: joven, chispeante y sin que le quepa una marca más en la camiseta, ríete tú de los pilotos de Fórmula 1.

Hemos olvidado que hace no tanto tiempo era imposible que la cultura juvenil abrazase de una manera tan descarada las marcas. Al fin y al cabo, representaban todo aquello que se oponía a la juventud: el dinero, el negocio, los adultos. Venderse. Los grupos de rock y los raperos intentaban que su nombre no se viese vinculado con marcas, con ilustres excepciones, porque ponían en riesgo su credibilidad. Hoy suena anacrónico, pero que REM fichasen con Warner fue una tragedia para miles de sus seguidores.

Se defienden diciendo que cualquiera habría hecho lo mismo en su lugar

Hoy esto ha cambiado radicalmente, por dos razones. Una, porque es cada vez más difícil desarrollar una carrera musical sin que en algún momento te toque subirte a un escenario con el nombre de alguna cerveza. Dos, porque ha habido un cambio de mentalidad entre los jóvenes, pero también entre la gente en general, que hace ya no solo aceptable sino deseable "venderse". Si alguien recibe el patrocinio una gran marca, es que se lo ha ganado.

Cuando alguien se "vende" hoy, la lectura benevolente que se suele realizar es que está aprovechándose del sistema en su propio beneficio (la tradicional era que el sistema se aprovecha de todos nosotros y que está en nuestra mano permitirlo o no). Sospecho que este cambio se produjo tras la crisis económica de 2008, en la que los jóvenes comenzaron a darse cuenta de que las plazas del éxito están contadas y que, por lo tanto, eso justifica pagar todos los peajes morales necesarios para triunfar.

Desde entonces, todos hemos desarrollado una especie de pragmatismo neoliberal que acepta todo tipo de concesión porque la única alternativa posible parecen ser la precariedad e inestabilidad. No hay punto intermedio y la competición es feroz.

Chuck Klosterman, autor de ‘Los noventa’.

El discurso justificador defiende que todas esas personas que se "venden" hacen lo que cualquiera habría hecho en su lugar, tan solo es que nosotros no hemos tenido la ocasión. Es una revisión perversa del tan criticado discurso meritocrático, en el que el éxito lo justifica todo, eso sí, pasado por el filtro del dilo, tata y el titán, te lo mereces todo.

La gran pregunta es si de verdad lo haríamos todos. En Los noventa (Península), Chuck Klosterman califica la idea de "venderse" como "el aspecto más noventero de los noventa". Era una época en la que venderse y fracasar ni era ni mejor ni peor que venderse y triunfar, explica, y la cultura empezó a regirse por una serie de reglas y restricciones que escrutaban las decisiones de músicos, escritores, cineastas y artistas, pero también de trabajadores o empresarios, para determinar si eran de fiar o no. El escritor juzga con dureza esa visión del mundo adolescente "que ignoraba las realidades de la vida adulta": todos tenemos que vendernos en un grado u otro.

Yo mismo lo vi entre mis amigos, cuando montamos nuestras primeras bandas de rock o punk, y las discusiones a partir de cierta hora de la noche trataban sobre qué harías si una gran discográfica te hiciese una buena oferta a cambio de suavizar tu estilo. Lo irónico es que ninguno de nosotros tuvo que enfrentarse nunca a una decisión de ese tipo, sino que todos terminamos o abandonando la música o luchando por sobrevivir económicamente en ese mundillo, lo que viene a darle la razón a Klosterman.

Muchos perciben el funcionariado como una manera de salir del juego del éxito

Sospecho que esto se debe, como tantas cosas, a la desaparición de lo intermedio y la mala fama de lo gris. En la moderna cultura del éxito solo parece haber espacio para petarlo a lo bestia o fracasar miserablemente, para la gloria o la muerte. El mejor ejemplo son las carreras de muchos directores de cine actuales, de Greta Gerwig a Dennis Villenueve pasando por todos esos cineastas que arrancaron como autores y terminaron convirtiéndose en un engranaje de la cadena de montaje Disney, como Chloé Zhao o Jon Watts.

La directora de Barbie acaba de anunciar que será la responsable del reboot de la saga Narnia. Hoy parece que la mayor aspiración para un cineasta es liderar una franquicia que absorberá años de su carrera; en el pasado, era labrarse una carrera respetable, prestigiosa y, sobre todo, independiente, que le permitiese afrontar los proyectos que más les interesaban sin tener que rendir cuentas a los grandes estudios. Básicamente, que nadie les dijese qué tenían que hacer, esa pretensión de los cineastas del Hollywood clásico. Hoy, sin embargo, el reto parece encontrar un pequeño hueco para la autoría en un engranaje que deja poco margen para la creatividad.

Greta Gerwig dirigirá el ‘reboot’ de ‘Narnia’. (Reuters/Henry Nicholls)
Greta Gerwig dirigirá el ‘reboot’ de ‘Narnia’. (Reuters/Henry Nicholls)

¿No ocurre acaso lo mismo en todos los trabajos? Quizá si hubiésemos preguntado hace unas décadas cuál era la máxima aspiración laboral de muchos trabajadores, la respuesta habría sido que les dejasen a su aire y ser respetados por sus compañeros. Sin embargo, la desaparición de esa clase de posiciones en las que alguien podía desarrollar su trabajo a lo largo de los años (y las décadas) sin necesidad de reinventarse continuamente ha derivado en esa cultura del éxito en la que hay que moverse sin parar porque conformarse equivale a fracasar. "Parece que si no cambias, te has quedado estancado", me decía un compañero recientemente.

Ahí es donde entra el denostado funcionariado como aspiración para millones de jóvenes, porque se percibe como una de las pocas alternativas que les quedan a aquellos que no quieren jugar al juego del éxito y el fracaso, que no quieren "venderse". Frente a todos esos peajes morales que hay que pagar por ser visible, por que te hagan caso, por ascender y triunfar, ser funcionario te permite no realizar concesiones ni preguntarte si te has vendido, porque no trabajas para una plataforma de televisión ni una compañía de cervezas, sino para la ciudadanía.

Vender el alma al diablo por nada

A Klosterman puede resultarle infantil, pero creo que hoy es más pertinente que nunca preguntarnos acerca de nuestros límites morales y personales. De hecho, no creo que haya nada más adulto que reflexionar acerca de los sacrificios y las concesiones que uno está dispuesto a hacer (o no), sobre sus valores y sus decisiones. Lo infantil es dar por hecho que todo vale, que vivimos en un mundo tan injusto que eso justifica automáticamente todas nuestras decisiones, aunque ello contribuya a ahondar aún más en esas injusticias. Tonto el último.

Quizá estamos agotados porque nos hemos vendido y no hemos obtenido nada a cambio

De acuerdo que es imposible mantener la coherencia toda la vida, pero la coherencia está sobrevalorada porque solo la saca a pasear el inmoral que quiere reprochar a los demás ser fiel a sus principios y no conseguirlo siempre: es preferible intentar vivir de acuerdo a tus valores, aunque no siempre puedas, que renunciar a ellos desde un primer momento inventando alambicadas justificaciones, como "todo el mundo lo hace", "en realidad somos nosotros los que nos aprovechamos" o el argumento definitivo, "¿qué problema hay?".

A veces tengo la sensación que todo el discurso del cansancio y la frustración millennial son la consecuencia lógica de nuestra visión cínica del éxito, de haber decidido que venderse y triunfar (incluso venderse y fracasar) es mucho mejor que no venderse y fracasar. Al mismo tiempo que criticamos la meritocracia, erigimos una alternativa aún más meritocrática en la que justificamos todas nuestras decisiones discutibles porque precariedad. Pero está bien recordar que no hay nada peor que venderse para no conseguir nada, que desde luego es preferible respetarse y fracasar.

ElRubius tuvo que parar en 2018 porque
ElRubius tuvo que parar en 2018 porque "ya no podía más".

Esta idea se refleja en las caras largas, de cansancio, de esos youtubers al final del día, de las depresiones y la ansiedad entre los famosos de internet que los obligan a abandonar sus carreras, en la sensación de que lo que haces no tiene sentido (moral). Porque la cultura del éxito moderna es una máquina devoradora de emociones y energía, porque no hay nada que agote más que vender tu alma al diablo y no conseguir nada a cambio. Qué felices éramos en la zona gris, en la vida anónima, en la mediocridad de ser anónimos pero respetables.


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